Manuel Moyano nos ha hecho entrega esta temporada de un deslumbrante libro de viajes, otro más de los suyos, pero con el que ha rebasado las expectativas de los lectores. Puede que Sierra Morena no sea, de entrada, la referencia más atractiva para un lector que aspire a que lo conduzcan por lo exótico, pero la mirada de Moyano convierte el inexplorado paisaje y el escaso paisanaje en un irresistible escenario mágico.

En esa quietud, donde a juzgar por sus propias descripciones el tiempo parece detenido, ocurren cosas, aparecen personajes singulares aun en su aparente sencillez, y es posible descubrir, desde la mirada exterior, huellas históricas y novelescas casi enterradas en la memoria.

Moyano, viajero solitario y ensimismado en lo que contempla, descubre oro en Sierra Morena. Y lo hace desde una sencillez expresiva y con una naturalidad de estilo que enseguida cautiva a un lector que no quiere que el viaje se acabe.

Los libros de viajes de Moyano no se parecen a ningunos otros. El autor se traslada en solitario y por cortos espacios de tiempo a lugares que a pocos les resultarían sugerentes, pero inmediatamente se enfrenta, sin ir a buscarlas, a pequeñas aventuras o encuentra a personas que, a veces sin saberlo ellas mismas, tienen algo interesante que contar. Pareciera como si en esos espacios vacíos estuvieran esperando al escritor para que toda la quietud adquiriera dinamismo.

Moyano camina y anota, y describe sus propias peripecias para encontrar alojamiento o procurarse la comida de tan expresiva manera que, mientras leemos, parecemos acompañarle en su ruta.

Y aunque nos transmite que su interés se centra en la propia experiencia personal del viaje, y que nada busca, su curiosidad y su intensa capacidad de observación le permiten encontrar sin buscar.

La frontera interior, el viaje de Moyano a Sierra Morena, es también un viaje del lector a la mejor literatura.