Oceanía es el testimonio póstumo del director madrileño Gerardo Vera, fallecido por covid hace dos años. Hoy llega al Teatro Romea de Murcia en forma de monólogo y con el actor Carlos Hipólito como único encargado de darle vida sobre el escenario. El veterano intérprete reconoce que nunca supo por qué el autor quiso que fuera él quien relatara su historia, pero lo hace como una suerte de homenaje.

¿Por qué decidió a interpretar la autobiografía de Gerardo Vera?

Él estaba muy empeñado en que fuera yo el que lo hiciera. Nos conocíamos desde hacía muchos años porque trabajé su primera película, Una mujer bajo la lluvia (1992). Luego hicimos varias obras juntos, como El crédito, que fue un éxito. Pues como te decía, él estaba empeñado en que yo lo hiciera. Y yo le decía todo el tiempo que no lo entendía porque no nos parecíamos nada físicamente ni teníamos una vida o historia similar. Sin embargo, él siempre me decía: «No hay otro, no hay otro». Nunca acabé de entender cuáles eran las razones por las que me decía eso. Pero lo cierto es que, cuando murió por covid en septiembre de 2020, ya me había comprometido a hacerlo. Teníamos incluso pensado algunas cosas sobre el espectáculo, que iba a dirigir él.

¿Cómo le afectó el repentino fallecimiento del director?

Cuando falleció nos quedamos un poco como sin saber qué hacer, pero decidimos llevarlo adelante como un homenaje.

Creo que la figura de su padre es una constante en el texto...

Sí, porque le marcó negativa y positivamente. La verdad es que es una historia muy bonita. Gerardo decidió no contar nada de su vida profesional. No se habla de sus grandes éxitos, sino de su infancia, su adolescencia y su primera juventud. Y todo ese relato está articulado respecto a la figura de su padre, al que admiraba de niño y odió de adolescente por una serie de cosas que hizo y que afectaron a la familia. Y después pasó a un acercamiento total a través del perdón y del amor en la etapa final. Y cuando el padre fallece, que es cuando Gerardo tenía 30 años, ahí acaba el relato. Y es una historia muy muy conmovedora porque lo que nos habla de un chico que se sentía diferente, que nace en el seno de una familia falangista, adinerada y muy tradicional, pero cuyos únicos intereses eran el cine, dibujar... Y, cuando va creciendo, descubre que es homosexual. Todo esto configura una búsqueda de tu lugar en el mundo que creo que Gerardo consiguió convertir en un relato universal. Cualquiera puede disfrutar de Oceanía aunque no sepa nada de su autor.

¿Cómo recibe el público un monólogo de hora y media?

De momento, nos dicen que se les hace corto, pero entiendo la duda. Yo nunca había hecho un monólogo antes; me los habían ofrecido, pero no me atraían. A mí me gusta estar en el escenario acompañado y que pasen cosas entre mis compañeros y yo. Pero ahora con Oceanía estoy descubriendo los placeres del monólogo. De hecho, es un ejercico interpretativo muy bonito porque, al hilo de la historia, van apareciendo muchos personajes de la vida de Gerardo, y yo me dirijo al público como si fuera él, pero también me voy transformando en su madre, en su padre, en su tía Andrea, en la criada Francisca... Un montón de personajes.

¿Cómo es el espectáculo visualmente hablando?

Es un espectáculo muy sobrio, pero no es un monólogo de silla y un telón. Hay unas proyecciones preciosas que ilustran determinados momentos del espectáculo y que son de Álvaro Luna. La música, que también es fabulosa, la ha hecho Luis Delgado. Juan Gómez Cornejo ha hecho una luz absolutamente maravillosa, mágica. Así que, aunque tenemos muy pocos elementos escenográficos –una mesa y tres sillas, básicamente– a nivel visual es un espectáculo muy bonito.

¿Qué ha supuesto este trabajo en su carrera profesional?

Yo estoy descubriendo cosas nuevas con Oceanía que me están haciendo sentir que estoy vivo, más joven. Sigo aprendiendo, que es lo que más me puede estimular en este oficio.