Si tuviera que elegir un momento en la historia del arte de máxima ebullición creativa ese sería sin duda el siglo XIX, todos las grandes cambios y movimientos se gestaron durante ese periodo, fue un momento de evolución, de querer desprenderse de lo estrictamente establecido y avanzar hacia un estadio mucho más libre donde la propia pintura fuera la única protagonista. París como epicentro reunió a los más variados artistas procedentes de Estados Unidos, España, Francia o Italia, todo se estaba gestando allí, el presente y el futuro. El impresionismo fue para los artistas más jóvenes un revulsivo, ese espacio donde cada uno podía experimentar sus propias inquietudes a pesar de la fuerte oposición de los academicistas que querían seguir anclados en sus líneas oscuras. Es inevitable pensar en Monet, Cezanne, Renoir, Degas, Van Gogh, ellos pusieron la semilla de esta nueva pintura cuyo elemento vital era la luz, pero qué pocas mujeres son citadas en este movimiento, no porque no las hubiera, no por falta de reconocimiento, simplemente fueron olvidadas, en algún momento dejaron de pronunciar sus nombres.

Marie Bracquemond, Mary Cassatt y Berthe Morisot, conocidas como las ‘Damas del Impresionismo’, aunque yo añadiría algún nombre más, no fueron solo tres las mujeres que en ese momento adoptaron los preceptos impresionistas, esas pinceladas abiertas de colores vibrantes donde no es la línea la que delimita y construye la obra, sino la mancha en todo un alarde de libertad conceptual.

Aunque las tres tuvieron vidas bien distintas tenían en común, no sólo su pasión por la pintura, sino un camino repleto de dificultades que cada una asimiló como pudo.

Tanto Marie como Berthe dieron clases con el emblemático artista de espíritu neoclásico Jean-Auguste Dominique Ingres, quien tenía una opinión..., no vamos a decir ‘machista’ –que es evidente–, prefiero clasificarla como ‘rancia’ y ‘limitada’ en lo relativo a la capacidad creativa de las mujeres. Muchas de sus alumnas se quejaron al dudar este del coraje y la perseverancia de las señoras en el campo de la pintura, tratando de limitar su aprendizaje al ámbito de flores, bodegones, retratos y aquellas escenas consideradas propias de su sexo. He de decir que ya no consigo ver sus obras del mismo modo después de esto, se me cayó el mito, ¡qué le vamos a hacer!

DAmas del impresionismo |

El caso de Marie Bracquemond es especialmente indignante, una historia tan injusta que cuesta asimilar: cómo una artista con tales dotes, con una visión tan abierta y contemporánea del arte, dejó de pintar por la envidia de su propio marido. A pesar de estar bien considerada por sus contemporáneos, las constantes críticas y rechazo de su compañero, que no voy ni a citar, más partidario de un arte académico de tonos sombríos y firme defensor de la línea frente a la mancha, acabaron con su gran pasión, hasta el punto que en 1890 guardó sus pinceles hastiada, cansada, aburrida y harta de las constantes peleas que esta circunstancia provocaba en su matrimonio. La envidia es así, no entiende de razones y el éxito de Marie comenzó a ensombrecer la obra del envidioso amante, que no pudo asimilar ser superado por ella. Dejó de pintar al aire libre porque esto lo enfurecía para hacerlo en el jardín de su casa, en la intimidad, donde nadie pudiera verla. Dejó de asistir a los encuentros con otros artistas. Se encerró en su casa. Poco a poco dejaron de pronunciar el nombre de Marie Bracquemond. Nunca más volvió a pintar.

Amigas y compañeras de Marie, Berthe Morisot y su hermana Edma comenzaron a tomar clases de pintura animadas por sus padres, su maestro rápidamente supo ver las dotes de las jóvenes advirtiendo a la madre de la gran fatalidad que se avecinaba: «Dado el talento natural de sus hijas, mi instrucción no las convertirá en simples pintoras de salón, sino en auténticas artistas. ¿Se da usted cuenta de lo que esto puede significar? Será revolucionario, e incluso diría que catastrófico en un entorno burgués y elitista como el suyo. ¿Está segura de que no llegará a lamentar el día en el que permitió que el arte entrara en su casa, hoy un hogar respetable y apacible?».

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A pesar de todo, ambas continuaron su formación con Corot, paisajista por excelencia, y la pintura al aire libre se abrió paso en sus vidas. Aunque las dos hermanas participaron con éxito en el Salón de París de 1864, tras su boda, Edma dejó de pintar, mientras que Berthe continuó con su aprendizaje. El inicio de su amistad con Manet marcó el comienzo de su evolución que cambiaría su manera de ver la pintura, sus largas conversaciones y los encuentros con otros artistas fueron imprescindibles en la gestación de su propio estilo, con ella el color blanco adquirió unos matices hasta ahora inimaginados.

Por su parte, la americana Mary Cassat también tuvo que lidiar su propia batalla. Su familia, de clase acomodada, no apoyaba el hecho de que ella se dedicara profesionalmente a la pintura, sobre todo por ese ambiente bohemio tan proclive a una apertura de ideas de carácter feminista (estas no eran propias de su condición social). Debido a todas las limitaciones que los estudios académicos de Bellas Artes imponían a las mujeres, decide abandonar sus estudios y marchar a París en 1866, donde no sólo comenzó a recibir clases particulares de pintura, sino también a ser copista del Louvre, el lugar ideal para conocer a otras artistas ya que ellas tenían prohibido asistir a los cafés donde cada día se debatía sobre los entresijos del arte.

Era una pintora femenina y en femenino, el centro de su obra siempre fue la mujer, su propia condición como tal y la relación de esta con la maternidad, ese vínculo tan potente entre madre e hijo, escenas catalogadas como demasiado femeninas por los detractores de este movimiento.

DAmas del impresionismo | L.O.

Como os decía, fueron muchas más: Louise-Catherine Breslau, Cecilia Beaux, Lilla Cabot Perry y la española Eva Gonzalés, tanto ella como Mary Cassat fueron discípulas de Charles Joshua Chaplin, un personaje de lo más ridículo que tenía una teoría más ridícula todavía que él mismo sobre las mujeres y el arte (creo que esta es de las cosas más estúpidas que he oído...): era de la creencia de que si una mujer tenía ciertas dotes artísticas estas sólo surgían cuando la susodicha se casaba… Qué cosas. En fin... Como las setas salen en otoño con las primeras lluvias de manera casi espontánea, ellas veían florecer su habilidad artística tras el matrimonio.

Estupideces aparte, no creo que sea adecuado, ni justo, considerar despectivamente las pinturas de estas artistas bajo el término de ‘arte femenino’ por representar escenas familiares, si recordamos que una de las claves del impresionismo era pintar lo que veía el artista, estas no eran sino el ambiente en el que ellas vivían.

Para terminar, una frase dela propia Berthe Morisot: «No creo que exista un hombre que haya tratado a una mujer como su igual y es todo lo que pedí; sin embargo, estoy segura que valgo tanto como ellos».