Sobre el que fuera en otro tiempo terreno de huerta junto a un amplio meandro del río Segura, antes de que su cauce se enderezara para evitar las ancestrales riadas que anegaban la vega, nace el barrio murciano de Vistabella entre 1941 y 1953. Sus destinatarios: funcionarios, militares y adeptos al régimen de postguerra, desplazados por las reformas urbanas del centro de la ciudad, especialmente los afectados por la apertura de la Gran Vía. Sus diseñadores, José Luis de León Díaz-Capilla, artífice de la primera fase, la de las casitas bajas unifamiliares, y el entonces arquitecto municipal, Daniel Carbonell Ruiz (Murcia, 1914-1994), quien le diera su actual configuración urbana, como un pequeño y modélico pueblo o ciudad-jardín que ha permanecido prácticamente inalterable en el tiempo y confiamos en que así continúe siendo.

A punto de cumplir 70 años de existencia desde su conclusión, el barrio de Vistabella ha vivido etapas de esplendor y decadencia, probablemente debidas al envejecimiento y tránsito generacional de sus pobladores, a día de hoy parece haber una revitalización del mismo y está siendo objeto de estudios técnicos o históricos (para los interesados, véanse los de los arquitectos Patricia Reus y Jaume Blancafort, o el artículo del Catedrático de Hª del Arte Germán Ramallo Asensio) que nos hablan de la importancia de su urbanismo, como ejemplo de habitabilidad y calidad ambiental.

Pero volvamos a la elección para la Cápsula de Beatriz Olmo, mi hija, que pasó su niñez en este encantador barrio, del que conserva hermosos recuerdos y al que tiene un cariño muy especial, la llamada ‘Plaza de los Patos’, epicentro de ese micromundo tan cercano a la ciudad, pero de pulso tan diferente.

Cuadrangular en su configuración, con una proyección en su lado norte, a modo de pequeña alameda que converge en la gran fachada de la iglesia parroquial, Nuestra Señora de Fátima, la plaza se encuentra rodeada de construcciones en bloques de tres alturas de un singular carácter racionalista, con cierto aire neobarroco popular, unidas por arcadas de tres vanos que dan acceso desde las calles colindantes. Las tonalidades arena y salmón de las fachadas aportan calidez al amplio espacio que abrazan.

Ocupando el centro, un estanque con habitáculo para refugio de los patos que en su día dieron nombre popular a la plaza Federico Servet, hoy sin ellos, sobre el que se alza la artística y antigua farola de cinco brazos, trasladada desde la plaza de Santa Catalina en 1954 cuando en ella fue inaugurado el monumento a la Inmaculada. A ambos lados del estanque, sendas fuentes, ligeramente transformadas de su diseño original, dejan rebosar el agua que recoge la taza desde el pequeño surtidor que mana de un capitel central, barroquismo simplificado para elementos ambientales siempre gratos en estas latitudes.

En su día, el diseño de jardinería del barrio fue realizado por Ramón Ortiz, Jardinero Mayor de la Villa de Madrid, todo un lujo para este novedoso urbanismo en la ciudad de Murcia, ya que los espacios verdes fueron y son uno de los puntos a destacar de la barriada, con sus manzanas de viviendas en torno a recoletos jardines interiores y toda la fachada al río convertida en un agradable paseo de arbolado singular. En él todavía perviven algunas de las especies que originariamente fueron plantadas, un ginko biloba, exótico árbol japonés, o el ‘podocarpo de hoja de adelfa’ un árbol de bellas flores; no así el diseño original del paisajismo de la plaza que, aun conservando algunas jacarandas de mágico colorido en primavera o algún otro árbol de aquel entonces, ha cambiado varias veces la fisonomía y distribución de su vegetación, favoreciendo la sombra del arbolado frente a los antiguos parterres florales.

Si bien el barrio cuenta con establecimientos gastronómicos, sobradamente conocidos, en uno de los bajos, en general destinados a viviendas, hacia la plaza abrió hace años sus puertas el ventorrillo de la Peña Huertana El Alcancil, donde Beatriz, mi invitada de hoy, ha celebrado más de un cumpleaños y donde los vecinos y visitantes disfrutan de la cocina popular murciana en un lugar privilegiado.

Vistabella, buenos recuerdos que guardamos en nuestra Cápsula de un barrio y una plaza para conocer y pasear, lejos del bullicio de la gran ciudad; su historia y la de sus gentes se verán reflejadas en la próxima publicación del que promete ser un interesante libro de Rafael Fresneda y Rafael García Mira.