Desde bien niña ha vivido el teatro con intensidad, Raquel Catasús Martínez es de Pozo Estrecho, sus padres, como otros miembros de su familia, siguen haciendo teatro desde siempre. De niña se la llevaban a los ensayos, a los montajes de escenario, a las labores de coser los trajes y a las representaciones del Certamen que organiza el Grupo de La Aurora. Ya de niña empezó a salir de figurante, luego interpretó pequeños papeles y de adolescente formó parte de un grupo juvenil. Con el tiempo fue teniendo papeles más importantes y empezó a iniciar a los niños en el arte escénico, tanto en las actividades extraescolares del colegio como en los talleres infantiles del Centro Cívico, donde le hago la foto.

En la actualidad, tras estudiar en la Escuela Superior de Arte Dramático, es toda una profesional que participa en varios proyectos con varias compañías regionales, mientras dirige varios grupos de teatro de niños, adolescentes y jóvenes y continúa con su labor pedagógica en los barrios y diputaciones cartageneras con la Escuela de Teatro de La Murga. Su trayectoria, pese a su juventud, se merece poner en valor la pasión desbordante de tantos jóvenes que lo han apostado todo a las tablas, sorteando dificultades y crisis, pero aportando mucha creatividad, entrega y valía, resistiendo, además a la llamada de irse a Madrid para optar a un triunfo que aquí se hace tan largo y costoso.

Me dice: «He pasado más horas en el teatro que en ningún otro sito, he vivido sus entresijos desde dentro, desde niña, y luego de adolescente, me marcó el grupo Odisea Teatro que promovió Antonia María Carríon López, empezamos casi jugando, allí nos hicimos amigos y terminamos siendo inseparables entre nosotros e inseparables del Teatro. Ahí ya empecé a ver que me gustaba el escenario y también toda preparación previa, desde hacer los decorados como el vestuario… y así he seguido, hasta hoy, que me atrevo también a hacer versiones y escribir mis propios textos, todo lo que sea crear me apasiona y el teatro es un arte que te pone en danza todo tu ser». Y añade: «Salir al teatro, desde la primera vez, siempre me ha parecido fascinante, algo tan real como la vida misma. Lo que más me gusta es el grupo, he hecho monólogos, pero no hay nada como construir una obra en un grupo, eso me lo ha dado el teatro aficionado local. En la carrera me he preparado para interpretar, mejorando mi dicción, mi gesto, mi movimiento, mi mente…pero lo que más me ha gustado es el grupo, estar en una compañía, que ahora se llevan menos».

Y en esta conversación, Raquel me va hablando de tantas personas, profesores y compañeros que le han ayudado a aprender, madurar y no perderse en su vocación, como Guillermo Carrasco Molina, ‘el niño de Blanca’, «o mis compañeros de Impromurcia: Javi Soto y Joselu, un proyecto que me está aportando muchísimo, sobre todo por la maravillosa experiencia de ir creando en directo, a través de la improvisación, algo que al principio me costó mucho, pero que nos ha llevado al Proyecto de Apócope Teatro, que acerca las obras clásicas a los jóvenes y a quienes quieren divertirse con obras como el mismísimo Tenorio. El teatro te divierte y también te enseña. Y ahí sigo, poniendo en marcha todo que aprendí desde niña: estar en todo, subiéndome a una escalera para elaborar el escenario o haciendo el vestuario». Y me cuenta que está en otros proyectos muy distintos: con Antaviana Teatro y Pepe Ros, haciendo un musical o con la Compañía La Kritare, junto a Irene Martínez Former y Guillermo Carrasco Molina, que es un teatro más contemporáneo, basado en el gesto, la danza y los sonidos: Micromovimientos para una destrucción.

Y termina: «Siempre me ha gustado ser monitora de teatro, fomentar esta pasión por la escena en los niños o en los jóvenes, pero hacerlo ahora en pequeños pueblos donde no había demasiada afición o donde nunca se ha hecho teatro local, es como ir plantando semillas en un desierto y verlas crecer ante tus ojos».

Raquel infunde tanta simpatía y gracia, y tanto amor a la vida, a la gente y al teatro…