Cerrar los ojos ante una ya centenaria Margarita Zielinski era una experiencia única: uno estaba seguro de que se encontraba ante una chica que rememoraba sus recuerdos universitarios. La voz aún joven y un tanto cantarina que poseía incluso en sus últimos tiempos inducían a pensarlo así. A pesar de saber que se encontraba ante Margarita Zielinski Picquoin, auténtica historia (centenaria historia) de la Universidad de Murcia. 

De su portentosa memoria da idea el hecho de que, cuando acudí a su vivienda en compañía de Ana Martín y de una de sus hijas para hacerle una entrevista, me espetó sin dudarlo: «Usted vino a casa a entrevistar a mi marido hace veinte años, aunque estaba más delgado». Touché.

Hablar con ella, con doña Marga para sus centenares de antiguos alumnos, Marga para sus muchos amigos, era remontarse a la historia de nuestro centro 70 años atrás, cuando Margarita Zielinski se incorporó a la nómina de profesores de aquella aún diminuta Universidad de Murcia, integrada entonces por un único campus, el de la Merced, apenas delimitado por el edificio de la facultad de Derecho y el de Ciencias, que acababa de ser inaugurado pocos años antes. En aquella Universidad de Murcia, Espinardo era aún una entelequia, y nadie había oído hablar todavía de la facultad de Letras, a cuyo edificio le faltaban diecisiete años para ser inaugurado oficialmente. De todo ello se acordaba una Margarita Zielinski centenaria y llena de vitalidad, y todo lo rememoraba con una precisión asombrosa. Fechas, nombres y circunstancias que iba desgranando sin perder el hilo, sobre los que aportaba tal nivel de detalle que se diría que estaba recordando hechos de la semana anterior.

Nadie sabía aún, y menos aquellos conductores de galera que chasqueaban sus látigos para llamar la atención y poder llevar a aquellos clientes a su destino en su carruaje que Margarita Zielinski estaba llamada a revolucionar la enseñanza de la lengua extranjera en la Universidad de Murcia, montando un laboratorio de idiomas que fue pionero y modélico, todo ello urdido y organizado por ella, como antes había organizado el de la parisina universidad de la Sorbona, «pero mucho mejor, porque aquí pude hacerlo de la manera que yo quería».

Estaba entonces plena de vida, de esa vida que comenzó en Murcia en 1950, cuando llegó a la ciudad junto a Manuel Muñoz Cortés (su esposo, que se incorporaba ese año a la Universidad como catedrático de Historia de la Lengua) y sus tres hijos, aún muy pequeños: María Teresa, Marga y Manuel, éste apenas un bebé; después nacería el cuarto, Juan Pablo, ya murciano.

Margarita Zielinski fue siempre, sin lugar a dudas, una profesora volcada en unos alumnos a los que intentó siempre enseñar con los métodos más modernos que pudo, y luchó porque la Universidad de Murcia tuviera las instalaciones que ella entendía necesarias para tal labor.