Compuesta por Richard Rodgers y Lorenz Hart en 1934, la canción ha sido interpretada en innumerables ocasiones por las personalidades más relevantes de la música norteamericana. Voces como las de Frank Sinatra, Elvis Presley, o Billie Holiday y Ella Fitzgerald han encarnado el lamento de una persona en soledad que muestra a la luna el abismo insondable de su preocupación. Esta es la canción de la melancolía y de la pena, del alma que no encuentra a nadie con quien compartir el dolor que inunda su corazón.
Así, el pecho apenado del ser a quien las cuitas y el dolor se interponen entre sus ojos y la noche, desvela sus secretos a la luna, que es la reina indiscutible de la noche y del cielo, compañera y confidente de los amantes, de los tristes, los solitarios, los heridos por la vida.
Como si esta fuera una divinidad propicia, la persona devota, adoradora y doliente, se muestra ante ella contrita, despojada de todo, sin esperanzas o anhelos, ni siquiera el sueño de un amor que pudiera llamar suyo. Y en verdad la divinidad lunar es generosa y benévola, acepta la ofrenda de las preciosas confidencias y otorga, a cambio, el don de la esperanza, la recompensa y la dicha.
