Uno se remonta a finales de los años 70, fecha en la que conoció a Elías Hernández Albaladejo como profesor, y le resulta imposible recordarlo con ademán adusto.

Aún lo recuerdo a mitad de los 80, siendo director del Colegio Mayor Azarbe, robándole horas al sueño para ayudarnos a montar una macroexposición con centenares de programas de mano cinematográficos de los años 30 a los 50, que había de inaugurarse a comienzos de aquel curso. Allí estaba también Ana Martín, José de Paco y el pintor Antonio Martínez Mengual, que paría ideas decorativas para aquella muestra a velocidad de vértigo. Hasta una noche entera llegó a pasar con nosotros. Cuando se necesitaba a Elías, allí estaba él. Siempre. Por ejemplo, cuando la UMU aún estaba huérfana de Servicio de Protocolo y se necesitaba de un responsable en las inauguraciones de curso y festividades de santo Tomás.

Profesor en el departamento de Historia del Arte de la Universidad de Murcia durante más de tres décadas, fue también, durante mucho tiempo, director del Colegio Mayor Azarbe. Con la creación de la Escuela de Técnica Superior de Arquitectura y Edificación en la Universidad Politécnica de Cartagena, se trasladó a su ciudad natal, perteneciendo a esa Escuela hasta su fallecimiento, en enero de 2015.

Pasear en torno a la catedral acompañado por Elías Hernández Albaladejo era algo así como adentrarnos en las profundidades submarinas en compañía de Cousteau: un privilegio y una delicia pletórica de información. Desde las principales esculturas hasta la última piedra, todo lo sabía y todo lo explicaba de este monumento el profesor. No en vano, durante más de diez años, se dedicó en cuerpo y alma a la investigación de todo lo concerniente a la catedral, sobre la que realizó su tesis doctoral. Elías era, sin duda, uno de los máximos expertos en este monumento. Y gustaba de acompañar al profano indicando dónde se puso la primera piedra o cuáles eran las costumbres catedralicias en cada momento.

«La fachada de la catedral es una obra sin rival en el barroco europeo», le comentó a este cronista hace un cuarto de siglo, cuando se cumplía el sexto centenario del edificio. Y se quedaba mirándola con esa mirada con la que parecía vislumbrar las entrañas del Barroco sin lograr encontrar algo semejante. Cuestión de belleza y proporción. Y de amor. Mucho amor por nuestro principal monumento.