La Opinión de Murcia

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Entreletras

La presencia de Dios para conversar, sin teología sin teología

Está convencido de que la palabra es la vida y con la palabra se puede recrear todo un mundo interior, el del pensamiento, el de la inteligencia, con el que explicar el destino y el papel del ser humano en el mundo y en la naturaleza...

Vicente García Hernández

Vicente García Hernández (Molina de Segura, 1935), tras una larga trayectoria de escritor (fue Premio Polo de Medina en 1963, accésit de Adonáis en 1965 y Andrés Baquero en 1974), publica ahora una excelente antología personal con el título de Palabras y alas en el aire, que ha editado, en Mula, el sello Palabras Cuadradas. García Hernández no es un autor que se prodigue mucho, y en toda su trayectoria de poeta fecundo, sus libros apenas llegan a la decena. Todo esto significa autenticidad, escribir cuando lo pide el cuerpo, sin prisas, sin pausas, no por obligación, sino por necesidad de la propia poesía para vivir la verdad de una vida interior rica e intensa. Y solo los poetas sinceros, dotados de una palabra auténtica, consiguen convencer a sus lectores de que esta recuperación de sus mejores poemas era necesaria.

Ha vuelto con su palabra riquísima de poeta imaginativo y profundo. Porque tras sus versos existe un sólido pensamiento humanístico, de una gran fuerza interior, indudablemente espiritual. La mayor virtud de este poeta, sacerdote católico, como se proclama en su página electrónica, es que sabe dotar a su palabra poética de verdad, de autenticidad, de humanidad inmensa de ciudadano comprometido y consciente, a cuyo servicio pone la brillantez de su verso y de su palabra.

En su poesía está muy presente Dios como no podía ser de otro modo, pero un Dios sin teología, un Dios para conversar con él, para hacerle preguntas e incluso para recomendarle que se proteja ante los enemigos de siempre. La fe por encima de la duda, de la pobreza, de la insolidaridad, del odio y del dolor. Un Dios examinado pero comprendido, un Dios que se vive día a día, humilde y desvalido. Un Dios cotidiano en sus silencios.

Su palabra poética fluye caudalosamente, enriquecida por un dominio del verso, de la imagen y de la metáfora en la línea de la mejor literatura espiritual. Hay poemas suyos que son antológicos y que el poeta ha recuperado para esta edición como Desde la orilla de Ítaca perteneciente a Labios en la Vía Láctea, que refleja la insistencia de una ausencia, de una soledad. El él hallará el lector su vitalidad metafórica. Toda la gran riqueza expresiva de su poesía está fundamentada, sobre todo, en la fuerza de una metáfora viva y eficaz. En Desde la orilla de Ítaca esta tendencia, revelada insistentemente a lo largo de toda su poesía, llega a su más efectivo esplendor. La metáfora, generadora de matices estéticos, domina la expresión del poema. Todo para crear un ambiente en el que pesa la soledad; soledad de espera y no esperanza. El lenguaje escogido sugiere violencia. Las palabras se enlazan con connotaciones ásperas que pretenden introducir al lector en el ambiente adecuado.

Uno de los poemas más intensos de su libro Materia elemental se titula Castillos interiores, y en él se habla de redención, pero también de destrucción y, sobre todo, de esperanza, pero de una esperanza de amor, de palabra desnuda… Porque estos son los castillos interiores que pueblan el ánimo del poeta ensimismado en su interior, pero también atento a lo que ocurre a los demás. Otro poema, antológico sin duda, Todo es ciprés o sombra, evoca un parque, un banco, una tos y un anciano bajo la sombra de un ciprés cuando solo se oye el silencio y cesa la vida con su estalactita de odio, amor o sueño.

Vicente García Hernández está convencido de que la palabra es la vida y con la palabra se puede recrear todo un mundo interior, el del pensamiento, el de la inteligencia, con el que explicar el destino y el papel del ser humano en el mundo y en la naturaleza, conviviendo con los demás y caminado hacia el final y hacia la inmortalidad.

Porque la palabra es también la propia naturaleza, que se sirve de las palabras para designarse, y es también el mundo en el que vivimos y compartimos las horas y los días. Por todo ello, con la palabra, el poeta recrea las maravillas de la existencia y se pregunta por su destino y por el más allá. El sentido teológico de lo que la palabra significa como principio está en el trasfondo intelectual de su poesía, pero también es cierto que esa significación eterna queda contrastada desde esta ladera, desde nuestro espacio personal finito, en el mundo presente de los vivos.

De manera que la visión entusiasta del creyente en la vida y en el destino está forjada en el amor por la palabra y la palabra protagoniza, efectivamente y con absoluta rotundidad, toda su obra poética.

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