La Opinión de Murcia

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El árbol de la vida

Moyano, el poeta y el paisaje

La naturaleza, el campo abierto, la soledad en la zona rural, las minas abandonadas o los bosques de castaños envuelven la narración

En febrero de 2019 Manuel Moyano emprende un viaje por Sierra Morena, «imbuido por la idea de que lo asombroso y la aventura pueden aguardarnos en cualquier parte». El interés por lo salvaje y lo inexplorado se combina, quizá en este caso, con el deseo de volver al territorio de la infancia, Ermitas de Córdoba, acaso el lugar central en el trayecto del viajero. La ruta que sigue Moyano da la impresión de estar proyecta de antemano. Hay en todo ello, sin duda, un afán claro por escribir desde un primer momento sobre Sierra Morena, sobre ese paraje que ha sido en la imaginación popular un refugio de bandidos y eremitas. El resultado final del viaje es un hermoso libro titulado La frontera interior.

El trayecto de Moyano se inicia en la cascada de Cimbarra, metáfora del salto de la Meseta Central al valle del Guadalquivir, en la parte oriental de Sierra Morena, y desemboca, finalmente, en el castillo de Noudar, ya en Portugal pero cerca de la frontera. El camino por el que deambula el poeta va zigzagueando a través de la cordillera, alejado de los afanes cotidianos, imaginando historias, porque viajar es pensar, porque viajar es escribir. Atento a cualquier detalle que surge en el camino, a cualquier conversación que le permite definir un ambiente determinado, el poeta se asemeja a un antropólogo que transforma lo cotidiano en literatura.

Moyano explota al máximo cualquier hilo narrativo. Dialoga con los cronistas para saber más sobre los lugares por los que pasa. Se deja llevar por el río de la historia, atraído por las nuevas colonias fundadas en la parte oriental de Sierra Morena en el siglo XVIII o admirado por todo lo que entraña la famosa batalla de las Navas de Tolosa. El entramado de historias en el que se enreda, de este modo, el lector incluye, por ejemplo, episodios de la Guerra Civil y de la repoblación, pero también historias de prodigios vinculados a los lugares que visita. Atraído, en este sentido, por las leyendas y por lo mágico, como fabulador que es, Moyano se hace eco de la persistencia del pensamiento mágico en los más variopintos lugares y en las más extrañas circunstancias. Se deja arrastrar por esos espacios mágicos que en la narración se denominan ‘lugares de poder’ y, también, por esos relatos fantásticos acerca de almas en pena y personajes mitológicos.

El paso del viajero por la Venta de la Inés, un lugar cervantino donde los haya, sirve para sugerir la importancia que, posiblemente, Cervantes tiene en este libro (y, en general, en la narrativa del autor). La memoria del dueño de la venta traduce de forma inextricable los recuerdos de una época acabada y sometida por entero a la melancolía.

Comportándose, además, como poeta que ama el paisaje, Moyano ha buscado el encuentro con poetas precisamente porque con ellos se vislumbra una conexión íntima, una cercana amistad. Es así como los poetas Alejandro López Andrada y Manuel Moya juegan un papel central en el viaje por Sierra Morena y, por consiguiente, en La frontera interior. Es así, también, como la naturaleza, el campo abierto, la soledad en la zona rural, las minas abandonadas o los bosques de castaños envuelven la narración, porque el paisaje se convierte, de repente, en el elemento vertebrador del relato.

El trayecto culmina en una zona de frontera, entre Huelva y Portugal. Moyano sigue, no por casualidad, el rastro de un poeta: Miguel Hernández. El viajero es ahora un poeta que contempla, solo, nostálgico, el paisaje, los dos ríos que cruzan la frontera. Su mirada se despliega sobre la naturaleza que lo envuelve todo.

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