La Opinión de Murcia

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Senza fine

El hombre menguante y el infinito

Captura del 'Increíble hombre menguante'.

Scott Carey es un tipo de un metro y 85 centímetros, bien parecido, casado con una mujer preciosa y empleado en una compañía de publicidad. Lo hemos visto mil veces antes. Podría ser cualquiera de esos Mad Men de Madison Avenue con un futuro brillante por delante, pero un acontecimiento extraordinario cambia el curso de su vida. Durante un paseo en lancha motora surge una especie de niebla de la nada. Los hechos suceden a gran velocidad. De la misma forma misteriosa la nube se esfuma devolviendo la calma a aquel mar en blanco y negro. Nuestro hombre, una vez recuperada la normalidad meteorológica, aparece bañado en un polvo de una naturaleza desconocida. Serán necesarios algunos días para que este extraño fenómeno se olvide, la vuelta al trabajo y a la rutina se encargarán de ello. Sin embargo, pasados seis meses se manifiestan los problemas: Scott comienza a perder peso y estatura de manera trepidante para el asombro de todo el mundo.

Este es el punto de partida de El increíble hombre menguante (1957), uno de los títulos clave en la historia de la ciencia ficción. Desde este momento asistiremos a un despliegue de efectos especiales sin precedentes. Veremos cómo, escena tras escena, Scott se dirige en caída libre hacia un tamaño insignificante. Cuesta trabajo entender que todo lo que sucede ante nuestros ojos es obra de una serie de trucajes basados en conceptos tan rudimentarios como la perspectiva, los decorados, el vestuario o las superposiciones. Se trata de una época anterior a los ordenadores y, no obstante, las imágenes transmiten una autenticidad sorprendente.

El increíble hombre menguante también se enfrenta a la ciencia. El caso es puesto en manos de los mejores especialistas desde el principio. Presenciamos de este modo una larga lista de pruebas médicas. El propio Scott nos cuenta con su voz en off sus experiencias con los electrodos, el yodo radiactivo, los contadores Geiger, las pantallas fluoroscópicas o los cultivos sanguíneos. A pesar de los enormes esfuerzos, ninguno de esos eminentes doctores sabe qué demonios le está sucediendo a nuestro cada vez más pequeño héroe. Tanto es así que termina desapareciendo y deja de ser visible al ser humano.

Llegamos de esta manera al tramo final de la película. Scott deambula por los recovecos del sótano de su casa donde habitan las arañas y otros monstruos microscópicos. Atrás quedan sus temores a seguir menguando. Ahora le ronda una idea que es aún más demoledora, empieza a tener la sensación de que ha dejado de existir. El hombre menguante se pregunta en qué se ha transformado. «¿Aún un ser humano? ¿El hombre del futuro?». Son las mismas reflexiones que han ido saltando de unos a otros siempre que nos enfrentamos a la magnitud del universo. No deja de ser paradigmático que cualquiera de nosotros podríamos ser Scott en esa noche de luna llena, como si todos midiésemos lo mismo y estuviésemos igual de solos ante el firmamento. «Tan cerca, lo infinitesimal y lo infinito».

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