La Opinión de Murcia

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Entre letras. Ensayo

Una implicación sentimental

Una implicación sentimental FRANCISCO JAVIER DÍEZ DE REVENGA

José Antonio Postigo Pascual (Cantimpalos, Segovia, 1937), profesor de inglés que fue en la Universidad de Murcia durante muchos años, es un humanista que parece extraído del Renacimiento y trasladado al siglo XXI para asombro de sus lectores y de sus contertulios. Acaba de publicar un emotivo ensayo brillantemente ilustrado sobre uno de los espacios más entrañables de su Segovia natal, con el retador de título de El Acueducto de Segovia no se cae, que ha publicado Compobell, en un espléndido volumen de generoso tamaño.

Postigo es, ante todo, escritor, ensayista y descubridor de valores artísticos y literarios que surgieron en la Región de Murcia, en la que habita desde hace muchos años. Además de escritor es director y guionista cinematográfico y excelente fotógrafo y, desde su dedicación a la imagen y al sonido ha dirigido y organizado películas y otros productos audiovisuales dedicados a artistas nuestros como Francisco Salzillo o escritores como Vicente Medina, Castillo-Puche, Dionisia García o Francisco Sánchez Bautista, entre otras muchas experiencias de carácter documental, biográfico y patrimonial. Una de sus apuestas más agresivas ha sido su defensa a ultranza del valor universal de nuestro ingeniero Juan de la Cierva Codorniu, cuya pericia técnica y su labor de inventor aeronáutico ha estudiado y documentado exhaustivamente.

Con él ha colaborado asiduamente el director cinematográfico, académico numerario de la Academia Española de Cine, Primitivo Pérez, que ha sido el encargado de prologar el volumen que nos ocupa. Y hay que decir desde el principio que esta nueva creación de Postigo no sorprende en absoluto, porque lo que hace en este libro, admirablemente ilustrado con espléndidas fotografías suyas, es sencillamente justificar y demostrar por qué su Acueducto de Segovia, una de las maravillas del mundo, sigue en pie, incólume, desde que lo construyeron los abnegados hispano-romanos de los siglos I y II de nuestra era. Se trata entonces de una interesante y muy amena conciliación de indagaciones y justificaciones técnico-arquitectónicas junto a sus efusiones de soñador y de ensayista implicado emocionalmente con el objeto de su estudio, para mostrar y comunicar a su lector lo que no deja de ser un asombro permanente, estético, histórico, patrimonial, pero también emocional y sentimental muy enraizado en las entrañas del escritor.

El particular estilo de Postigo como escritor, con los constantes cambios en su representación gráfica, con versales, versalitas, admiraciones, negritas y cursivas, revela que, ante todo, que nuestro autor es un conversador nato pero visceral, y la escritura a veces no logra seguirle con sus normas habituales de una representación normalizada, por lo que constantemente sobrepasa los cánones y enfatiza gráficamente sus expresiones, sorpresas y admiraciones.

Pero en el fondo todo responde a la misma intención lineal de mostrar un canto a su Acueducto, el de Segovia, y al asombro ante su inmortalidad que va descubriendo detalladamente cuando recupera datos y señala peculiaridades que lo hacen único.

Primitivo Pérez, en sus palabras preliminares, alude, citando a Vitrubio, que las edificaciones humanas han de ser atractivas, prácticas y duraderas, y señala que lo emotivo del ensayo de Postigo confluye con su capacidad de comunicar el asombro de su realidad y permanencia sobre el tiempo al tratar de desvelar el emocionante y hasta intrigante misterio de la permanencia del Acueducto, entrevisto en «un paseo gozoso» por la historia y la vida del monumento: «un regalo para la vista y un disfrute para el alma».

Se muestra Postigo en ocasiones imaginativo y retador, pero siempre entrañable, como cuando cita a un personaje singular que también hizo mucho por Murcia, Juan de Contreras y López de Ayala, marqués de Lozoya, segoviano y director general de Bellas Artes, vinculado a nuestra región por lazos familiares. Decir Segovia, Piedra, Acueducto y Agua, y Marques de Lozoya, es sentar las bases de un patrimonio que es ya eterno; es ser fiel con lo que hay que ser fiel, y elevar emociones a estaturas altísimas. Porque, en el fondo, Postigo es, ya lo hemos dicho, un humanista del Renacimiento trasplantado al siglo XXI, capaz de emocionarse ante la armonía y el equilibrio de la clasicidad, capaz de sentir la sofrosine de la antigüedad, para tratar de explicar una permanencia sobre el tiempo, y, en definitiva, una maravilla del mundo que no deja de sobrecoger a propios y extraños.

Y que las fotografías gigantes del autor, engolfado en los detalles más insólitos, elevan la pasión por la contemplación, aunque sea desde la inevitable distancia. Excelente, personal, poético y sugeridor ensayo, así consideró el profesor Ángel Luis Prieto de Paula a este espléndido documento, que ha merecido la excelente edición que hoy celebramos.

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