La Opinión de Murcia

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El árbol de la vida

El arte combinatorio de Patricio Pron

Tengo la sensación, desde hace algún tiempo, de que Patricio Pron es el Chéjov de nuestro tiempo. No es sólo una cuestión de estilo. Se trata de algo más importante: es una cuestión, también, de humanismo en el confrontamiento de las cosas. Nadie como él ha sido capaz de mostrar las realidades de nuestro tiempo, sugeridas en relatos dotados de un aire vaporoso, que tienen, a veces, la lógica incomprensible de los sueños, y que rezuman humor y lirismo a partes iguales. La lectura de Trayéndolo todo de regreso a casa, un imponente libro que reúne un total de 35 relatos publicados entre 1990 y 2020, confirma que la estética de Pron tiene un anclaje sutil en la vida cotidiana.

La obsesión por el lenguaje, por el acto de nombrar las cosas, siempre ha estado en el centro de la narrativa de Pron, advirtiéndose de forma muy clara y evidente ya en sus primeros relatos. Así, pues, la pérdida del lenguaje (en El vuelo magnífico de la noche) como resultado del horror de la guerra se convierte en una desconexión con el mundo, cuando ya no se es capaz de equiparar las palabras y las cosas, y se produce el olvido del vínculo afectivo con las palabras. Pero también el lenguaje, sobre todo si es novedoso, puede provocar la incomunicación, como acaece en Incomprensión de la máquina, donde un inventor crea una máquina y un lenguaje totalmente incomprensibles.

Pron ha mostrado siempre, también, un particular interés por los entresijos del mundo literario, pero, sobre todo, por el valor y el sentido que tiene la literatura. Retrata, sin ir más lejos, con ironía y desazón (en Un jodido día perfecto sobre la Tierra), los concursos literarios, un mundo en sí mismo en el que la mediocridad lo envuelve todo (absolutamente todo), pero en el que a veces surge un atisbo de literatura. Pron incluso se burla, en cierta medida, de sí mismo, de su actividad literaria y de toda la parafernalia que rodea a la literatura en Éste es el futuro que tanto temías en el pasado. Estas reflexiones sobre el ejercicio de la literatura y sobre lo que representa ser escritor están amalgamadas con trazos autobiográficos que el autor va deslizando en las narraciones, dando la impresión, por ejemplo (en Es el realismo), de que Pron está dibujando su ‘proyecto literario’, una vez dejada atrás la tierra patria y a vueltas con el afán de abandonarlo todo, incluso la escritura, pues ¿no es acaso autobiográfico el hecho de que el escritor protagonista de Es el realismo, P por más señas, deje caer su interés por ‘las formas breves’ o el ‘género’ fantástico? Está claro, en todo caso (aquí se desvela la esencia del asunto) que el escritor, P una vez más, aspira a escribir aquello que no se ha escrito, es decir, aquello que no ha leído. Aletea en los relatos, en este sentido, un afán incontenible de escribir, de llegar a ser un escritor, alguien que seguramente escribe para sí mismo y que se desempeña con una «entrega absoluta a la literatura y sus demandas siempre contradictorias».

Los afanes de Pron se resuelven en una visión que multiplica, que diversifica los relatos, como si tuviesen su origen en la tradición oral, como si la misma historia pudiese contarse de distinta forma, es decir, ficción a partir de la ficción, historias que dan lugar a otras historias y así sucesivamente. Este arte combinatorio de la narración (que se pone de manifiesto, especialmente, en Salon des refusés, donde una imaginativa lectora recrea diversas variantes de una autobiografía) es el arte de “la inventiva desbocada y la huida hacia adelante”, es el riesgo con el que se afronta la verdadera literatura.

Las historias que cuenta Pron tienen además, en ocasiones, un evidente valor iniciático. Se asemejan a viajes estremecedores hacia la nada, en donde seres humanos ‘incompletos’ y ‘quebrados’, a veces, imaginan cosas, como esa niña que cree tener la peste y vive aislada, o esas ancianas mujeres que esperan la llegada de sus maridos, a la sazón mineros desaparecidos. Son historias, en todo caso, que experimentan con las posibilidades de la literatura, en donde una cosa nos conduce a otra para al final no completar nada, porque ‘el peso de la noche’ cae sobre nosotros, como la vejez, como ese tablero de ajedrez en donde no se juega al ajedrez sino que en cada ocasión se practica un juego distinto, de forma indefinida.

En estas historias, a trechos extrañas y desconcertantes pero siempre hermosas, el lector, en definitiva, tiene la sensación de que la vida nos lleva por territorios imprevisibles, hasta que la propia existencia empieza a cobrar cierto sentido y una roca circular, perfecta, solitaria en medio de una playa (como ocurre en Índice de primeras líneas ordenadas alfabéticamente) nos devuelve el misterio de la vida y nos reconforta al mismo tiempo.

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