Poesía

Reconciliación con la palabra poética

Ginés Aniorte

Ginés Aniorte / FRANCISCO JAVIER DÍEZ DE REVENGA

Francisco Javier Díez de Revenga

Inés Aniorte (Murcia, 1960) acaba de publicar en Renacimiento (Calle del Aire) un nuevo libro de poesía, El barco de Teseo, tras diez años de silencio y después de una intensa y valiosa trayectoria poética, que hoy se ve reiniciada en este libro comprometido con la existencia. Se trata de un poemario que muestra identidades en relación con el paso del tiempo, la fortuna y la muerte, un análisis de vida e introspección que refleja el momento presente del poeta tras una larga aventura de pasiones y sentimientos.

Por eso, el mito del barco de Teseo, que figura en el título y protagoniza un poema, es tan apropiado y revelador y, en cierto modo, su lección y sentido confirman la cohesión intelectual de todo el libro. El barco, que ha sido reparado, recompuesto y modificado en larga travesía, llega a puerto, tras sufrir todo tipo de experiencias y avatares, pero ya no es el barco que partió incólume. Ginés Aniorte lleva a cabo así una intensa revisión de su vida y de su interior que parte desde la misma concepción suya de la poesía hasta sus creencias en el destino y en la inmortalidad, que surgen en los extensos y distendidos poemas. El tiempo, la vida, el amor, la noche, la lluvia, el viento o la nieve, el desconsuelo, la juventud, el amor y la muerte, todo transcurre, como la risa, los árboles y sus frutos, pero el poeta permanece, persiste, cuando regresa a puerto, como ese barco mítico, recompuesto y transformado.

Evoca en primer lugar Ginés Aniorte a la poesía tras ese silencio de años y le suplica, en un prólogo insólito, el reclamo de la palabra rendido a ella, la más solicitada, amada y querida. Así abre su poemario recordando a los clásicos que llamaban a la musa huidiza para que les permitiera cantar y crear, contar y expresar sentimientos y vivencias. Tras diez años, el poeta clama su atención y la poesía se presta, no hay duda ya, a mostrar esos mundos que, clausurados durante una década, logran una nueva luz y una palabra creadora decisiva. Pero el poeta, ya lo sabemos, no es el mismo. El tiempo, la vida, la fortuna, el desamor e incluso la muerte han integrado en su mundo intelectual experiencias que han forjado una nueva identidad si no del hombre nuevo, sí, desde luego, del poeta renovado e inmerso en su presente historia.

Historia forjada en los recuerdos y en la memoria, revivida en los míticos parajes arcádicos de la infancia en naturaleza, evocada con un ubi sunt anhelante de imposibles respuestas, porque tiempo y memoria ya no pueden devolver lo que fue y se perdió, aunque la palabra poética lo eternice irremediablemente. Montaigne y Lucrecio comparecen en este libro de Aniorte para mostrar que todo puede renovarse y que tras la careta aparece la verdad. La vida reverdece como el árbol y, al caer la cáscara, surge el hombre. Lecciones de clasicidad que muestran al poeta entusiasmado ante el milagro de la renovación de la naturaleza, que quiere sentir también para sí mismo como persona pero también como poeta que se ha reconciliado con la poesía y con su propia palabra… Y le ha respondido bien, es cierto.

Porque en las historias recuperadas, entre la ironía de algunos instantes y los lamentos de otros, han surgido la entereza de un relato presidido por la cohesión intelectual más severa. Aunque a veces la pasión y la inevitable melancolía, la nostalgia, el resentimiento y el enojo confirmen la verdad de la historia contenida en este barco regresado pero recompuesto, que ya no es el mismo que partió hace una década. Y que el poeta, en una insólita y excelente composición final, regala a su lector, a quien confiesa que para él es imprescindible su comprensión e incluso su compasión en el sentido más etimológico de la palabra.

La intensidad de la representación poética del tiempo y de la edad informa muchas composiciones y descubre hasta qué punto el poeta, con su palabra, se está implicando en mostrar la realidad de su inevitable trascurrir, a pesar de los estragos de ese eterno fluir del río de la vida. Porque no siempre hay rencor ni tristeza, como cuando surge la emoción del sueño y de la aspiración de lo soñado.

Un poema antológico, Centro de día, puede representar bien este sentido vital del trascurrir del tiempo, del fluir de la memoria y de la tensión de la edad, en la sencilla ilusión de un aroma imposible en una flor creada por unas manos ancianas. Lección imborrable de sensibilidad de la que este libro está bien dotado de principio a fin.

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