El árbol de la vida
El laberinto como metáfora literaria
Pedro Pujante dibuja un escenario entre la novela de fantasía urbana y la oscura ciencia ficción
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Pedro Pujante
Existen escritores que arriesgan en cada línea de la historia que llevan entre manos, como si la literatura fuese un campo de batalla, un lugar para la experimentación. Se asumen los riesgos y todo lo demás, que siempre es circunstancial, queda en un plano enteramente secundario.
La nueva propuesta literaria de Pedro Pujante prolonga, en este sentido, la audacia de sus tres anteriores novelas. El nuevo proyecto de Pujante se titula Flores eléctricas para Kisuri, una historia con claros ecos orientales, una suerte de viaje «en espiral, sin retorno», a través de círculos concéntricos que son como etapas y pasos necesarios para despertar de un estado letárgico en el que parecen anidar los personajes. El viaje, como no podía ser de otro modo, transcurre en la mente, mientras los recuerdos del pasado van saliendo a flote.
La historia tiene lugar en La Residencia, una ciudad extraña, imaginaria, intrincada, sin personalidad alguna, sin identidad, «un limbo mental» donde habitan los que duermen y están en un estado de transición entre la vida y la muerte. La Residencia es una ciudad plagada de imágenes que lo deforman todo, de apariencias, quizá tan sólo un sueño por el que deambulan extrañas criaturas, niños deformes y jadeantes perros eléctricos. La ciudad en sí misma parece estar en proceso de cambio, de transición, pero, sobre todo, ofrece la imagen de un laberinto por donde deambulan los durmientes.
Los jóvenes Hiruki y Kisuri viajan por La Residencia, superando círculos concéntricos que parecen configurar un camino de formación y de regreso al pasado, mientras son perseguidos por un individuo monstruoso, un antropófago, asesino de niñas, que responde al nombre de Ryuto. Es un triángulo de personajes que vive una vida alternativa, pues su verdadera realidad está anclada en otro lugar, en otro espacio y quizá otro tiempo, más allá de La Residencia. El camino por el que transitan Hiruki y Kisuri conduce, inevitablemente, hasta el centro del laberinto, en La Residencia, mientras el cielo se desploma y el tiempo se contrae.
La invención narrativa gira en torno a dos mundos paralelos: una urbe ultramoderna donde se desarrollan los acontecimientos y una ciudad donde todo parece que está detenido. Pujante se desplaza de un mundo a otro en un afán por diluir las distancias, juega con el tiempo pasado y con el tiempo presente, con la realidad de los personajes y con lo que sueñan, dando por tanto la sensación de que el relato deambula entre el sueño y la vigilia, hasta que, evidentemente, el sueño acaba.
A medio camino entre la novela de fantasía urbana y la oscura ciencia ficción, Pujante dibuja un escenario casi apocalíptico en el que los personajes (y el lector) se ven abocados a seguir el camino que se perfila, atrapados en una suerte de laberinto, como en un sueño, entre el ser y el no ser.
Resuenan aquí ecos de un mito cretense: el Minotauro, el monstruo encerrado en el laberinto, persigue a Teseo y Ariadna, que tratan de escapar, logrando al mismo tiempo acabar con el monstruo. Sin embargo, no parece haber asideros en la novela. Es como una pesadilla en donde todo tiende a desaparecer, todo parece desvanecerse, quedando al final tan sólo algo que permite vislumbrar un nuevo mundo, con dos jóvenes compartiendo un mismo destino, con flores eléctricas que han empezado a brotar al borde del camino.
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