Decadencia es un vómito, un grito desesperado contra la crisis económica de los primeros años ochenta en la Inglaterra de Margaret Thatcher. Es una comedia marcada por el desprecio de las clases altas hacia las clases obreras». Con estas palabra define el televisivo Pedro Casablanc su última obra teatral, una pieza de Steven Berkoff que protagoniza junto a Maru Valdivieso y en la que ha acabado asumiendo también el puesto de director (pese a que, en un primer momento, el elegido fue Mario Gas).

No obstante, este proyecto no es cosa ni del uno ni del otro, sino de su compañera: «Hace unos años estuvo a punto de montarse. Mario Gas y Blanca Portillo estaba dentro. Los dos bajo la dirección de Jorge Lavelli. No sé muy bien por qué no se llevó a cabo -quizás un desacuerdo del director con la producción...-, pero el caso es que la traducción de Carlota Mateini se matuvo. Y yo la leí. Y exclamé: «¿Pero qué es esto? ¡Lo quiero hacer!», recuerda Valdivieso. Solo había que buscar al actor adecuado, y enseguida pensó en Casablanc, al que no conocía: «Nunca habíamos coincidido, pero nos caímos muy bien», asegura la actriz y productora. Y su feeling sobre elas tablas es evidente. Quienes acudan esta noche al Teatro Romea de Murcia (20.00 horas), una de las primeras plazas en las que ‘torean’, podrán dar fe de ello.

Además, Valdivieso valora también muy positivamente el trabajo de su compañero en la dirección, que heredó de Gas -con problemas de agenda- «de un día para otro». Pese a ello, «tuvo la capacidad de integrar todo lo que estaba hecho con lo que quería hacer él», destaca. Y «el resultado es excelente», añade Casablanc, que apunta: «Casi todo lo que he dirigido es porque quería hacerlo como actor».

Sobre una versión de Benjamín Prado, «que se ha encargado de traer este texto al momento presente», Decadencia muestra -en clave de humor negro- el lado más oscuro del temperamento humano mediante dos parejas de depredadores sin límites que no dudan en recurrir a la traición, la humillación o el dolor para conseguir sus propósitos. Según el escritor, «es una obra cáustica, provocadora, que persigue al público, lo acorrala y a menudo le obliga a reír por no llorar», pero también un «espejo y una radiografía: en el espejo se ve lo que nuestras sociedades ocultan de puertas para dentro; en la radiografía se muestran las enfermedades morales que padecemos».