La Opinión de Murcia

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Entreletras

La vitalidad del poeta en su senectud

Rafael Alberti.

Uno de los libros de Rafael Alberti más pintoresco y sorprendente es Roma, peligro para caminantes, que escribió en la ciudad eterna en la década de los sesenta del siglo pasado y que se publicó por primera vez en México con fecha de final de imprenta (seguramente un guiño de Max Aub, el encargado de la edición) el 18 de julio de 1968. Ahora, una excelente y muy bien documentada edición acaba de publicar la colección de Letras Hispánicas de Cátedra, al cuidado del hispanista italiano Luigi Giuliani, que ha dedicado los últimos años a reconstruir el complejo mosaico de la elaboración de este apasionante libro y los problemas textuales que se han sucedido a través de las distintas versiones de algunos de sus más celebrados poemas.

El estudio preliminar de Giuliani refiere detalladamente las circunstancias en que este libro fue surgiendo, una vez que los Alberti abandonaron Argentina a principios de los sesenta ante la situación política provocada por la dictadura militar adversa y peligrosa para unos militantes comunistas bien conocidos. Es entonces cuando deciden trasladarse a Europa y, tras una breve estancia en Rumanía, establecerse en Roma ya en noviembre de 1963, primero en la calle Monserrato, 20, en la orilla izquierda del Tíber y posteriormente, desde mayo de 1966, en el piso de la Via Garibaldi, 88, en el Trastévere, adquirido con la sustanciosa aportación económica que les supuso la concesión del Premio Lenin de la Paz concedido por la Unión Soviética.

La vida de Alberti en la etapa romana de su exilio es de una gran actividad como pintor y grabador, cuyos resultados muestra en diferentes exposiciones y carpetas de arte, mientras continúa su obra poética iniciada con los X Sonetos Romanos, de 1964, que suponen un avance de Roma, peligro para caminantes. Se trata del libro más importante de la etapa romana de Alberti, en el que, junto a un extenso retablo de exaltación de la urbe, se refleja el enfrentamiento entre poeta y espíritu de la ciudad por tantas razones eterna, y, en efecto, en esta visión no están ausentes algunas referencias a su deshumanización o a la tergiversación y pérdida de aquellos valores que precisamente la hacen eterna. Pero el resultado de su interpretación de forma global es muy positivo y entusiasta: Roma atesora numerosos lugares, espacios y recuerdos, que hacen que el poeta la inmortalice con fervor y con pasión. Una vez más en su obra arte, historia, literatura y poesía se unen en el recuerdo evocador del memorialista poético.

La Roma recreada y vivida por Alberti no es la Roma oficial, sino la Roma más popular y cercana que él mismo ha sentido muy de cerca. Giuliani precisa, en el estudio preliminar, cómo las referencias a la realidad urbana se centran sucesivamente en las calles y plazas cercanas a los dos domicilios romanos de Alberti, con detalles que sucesivamente van encuadrando la realidad de los poemas. Por ejemplo, la proximidad a la iglesia de Santa María de Monserrato, la iglesia española donde están sepultos los papas valencianos Calixto III y Alejandro VI y donde estuvo enterrado el rey Alfonso XIII, muy cercana a su primera casa romana. O las calles del Trastévere próximas al Gianicolo del segundo domicilio.

Roma, sus calles, sus gatos, sus basuras, sus muros agrietados comparten espacio en los poemas con los entusiasmos más reverentes hacia su admirado poeta dialectal romanesco Giuseppe Gioachino Belli, a quien dedica los iniciales diez sonetos romanos de un poeta español en Roma. O hacia La lozana andaluza de Francisco Delicado, que compartirá también escenarios con los pintores y grabadores italianos que acogieron y enseñaron a Alberti las nuevas artes gráficas, en las que llegó a convertirse en un valorado y galardonado artista. Los poemas con nombre de la sección final del volumen acogerán sus semblanzas y sus logros.

Desde luego, entre todos los libros del ciclo de la senectud de Rafael Alberti, el dedicado a Roma destaca por su vitalismo y por su originalidad, pero también por la multiplicidad de intereses y por la variedad de resultados, que lo convierte en una obra excepcional.

Esta edición, tan bien explicada poema a poema por Luigi Giuliani, nos devuelve la imagen el gran poeta que Alberti llevó siempre dentro, capaz de escribir, como los consideraba María Teresa León, divertidos poemas, pero también muy diestro en transmitir el intenso dolor y la angustia de un poeta español que vive en el exilio lejos de su patria, como el propio Alberti escribió, ya en 1974, al prologar la primera edición española de este libro suyo que se publicaba aquel año en las prensas de Litoral en Málaga.

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