La Opinión de Murcia

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El árbol de la vida

El sacrificio de Atenais

Fascinado por la figura de la hermosa y culta Atenais, el historiador alemán Ferdinand Gregorovius publica en 1881 una biografía sobre la emperatriz bizantina, conocida en la corte con el nombre de Elia Eudocia. Hija del filósofo ateniense Leoncio, heredera de una tradición milenaria de pensamiento, Atenais acaba convirtiéndose, quien sabe si por efecto del destino o del azar, en esposa de Teodosio II, enredándose en las intrigas de la corte bizantina y abdicando de su fe pagana para abrazar el cristianismo.

Afectada profundamente, durante muchos años, por los oscuros acontecimientos políticos y religiosos acaecidos en Constantinopla en la primera mitad del siglo V, la emperatriz pasa sus últimos días, tras la muerte de su marido, en Jerusalén. Dotada para la poesía, la enigmática Atenais escribe, entre otras cosas, un poema extenso sobre la vida de Cipriano, un mártir cristiano. En los fragmentos que se han conservado de dicho poema, da la impresión, por lo menos a primera vista, de que Atenais pretende contar una historia de conversión al cristianismo: la transformación vital de un mago en sacerdote.

Pero hay que ir más lejos en las evidencias. La historia del mago Cipriano está marcada por la búsqueda constante de la sabiduría. Más aún, parece reproducir en parte la trayectoria y las enseñanzas recibidas por Atenais. Consagrado a Apolo y Mitra siendo niño, vive en Atenas y es instruido por siete grandes sacerdotes. ¿Acaso no es lícito pensar en los siete sabios de la tradición griega? Sacerdote en Argos, realiza un viaje a Egipto en su peregrinación continua hacia el conocimiento. ¿Acaso no es lícito pensar, también, en los viajeros griegos que visitan Egipto para dialogar con los sacerdotes de los vetustos templos egipcios? Cada paso que da Cipriano en su trayectoria vital, pues, nos recuerda con más claridad la imagen de un sabio griego en perpetua búsqueda, en un trasunto velado de ciertos aspectos de la vida de Atenais.

Al escribir un poema extenso sobre la vida de un mártir cristiano y contar su conversión del paganismo al cristianismo, Atenais se vio, sin duda alguna, impregnada de bellos recuerdos: un viaje que terminaba en Jerusalén se había iniciado en Atenas. Era necesario recrear ese viaje. La pregunta que flota en el aire es la siguiente: ¿se puede olvidar tan fácilmente el pasado, la herencia transmitida? ¿Renegó, pues, Atenais de sus raíces griegas al convertirse al cristianismo?

Fascinado, también yo, por la historia de la hermosa y culta Atenais, quiero pensar que, más allá de las influencias del cristianismo y de las religiones orientales, esta brillante poeta supo mantener hasta el final de su vida el espíritu heredado de sus mayores, la esencia del alma griega. Quiero pensar, también, que, en esta suerte de autobiografía que es el poema sobre Cipriano, la emperatriz ha volcado sus recuerdos para mostrar de forma velada e implícita su melancólico y nostálgico amor a la herencia paterna. Su vida se puede entender, entonces, como una especie de sacrificio. Al convertirse en emperatriz y someterse a la ortodoxia cristiana, Atenais estaba renunciando al tesoro más preciado: la libertad de pensamiento que le había transmitido su padre en la culta y hermosa Atenas.

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