Los clásicos y los días

El Cuaderno de un Pintor y ‘los que portan el árbol’

La primavera de Atis.

La primavera de Atis.

Charo Guarino

Charo Guarino

Se nos anuncia que el próximo 19 de abril por fin dejará de ser obligatorio el uso de la mascarilla en interiores, como el que pregona la salida de un nuevo libro o la inminente presentación de un estreno musical. Sin duda la noticia representa un rayo de esperanza que nos hace divisar en un horizonte ya cercano, salvando la frontera de la Semana Santa, el desenmascaramiento progresivo que se viene produciendo en los últimos tiempos y los abrazos, tímidos al principio, que se han vuelto actos meditados y conscientes, también selectivos, aunque cada vez más numerosos.

En Murcia coincidirá la señalada fecha con el día del Bando de la Huerta, día de Alegría donde los haya, demasiado traducida en excesos alcohólicos y consiguiente alivio de vejigas para mi gusto, pero a fin de cuentas Alegría, expresada en señas de una identidad huertana que algunos tratan de defender y mantener casi heroicamente y que dan fe de unas costumbres populares transmitidas oralmente por generaciones, de las que se guarda testimonio gráfico a través de fotografías y pinturas.

También la palabra escrita es garante de la permanencia en el recuerdo de usos y tradiciones que sin su auxilio peligrarían. Es el caso de Blanca en el Cuaderno de un Pintor, obra de Mar Montaner Salas, a cuya presentación en la Fundación Pedro Cano’, en compañía del propio pintor blanqueño, asistí representando a la Universidad de Murcia el pasado miércoles. En el libro, su autora trenza la ficción con los datos que en fina labor investigadora ha ido recopilando, y de los que da cuenta en un apartado bibliográfico al final del mismo, con pasajes entresacados de los diarios y cuadernos de Cano, de las entrevistas realizadas en amistosa conversación con el pintor y con su hermano Jesús. El resultado es una acertada combinación donde, con el pretexto argumental de una joven familia recién instalada en el pueblo, se cede la voz narrativa a quien, junto al pueblo de Blanca, son los verdaderos protagonistas de la obra, anunciado ya en el título, evocador de los delicadísimos cuadernos de Pedro Cano que pueden disfrutarse en la Fundación junto a una interesante colección de su obra.

En la planta baja, donde, con una nutrida asistencia de público, se celebró el mencionado acto, José Luis Montero me señaló una en la que yo no había reparado en anteriores visitas, que recoge en la interpretación personalísima del autor la denominación de cada uno de los números finales de la lotería en Nápoles. Concretamente el último número, la paura, me pareció premonitorio de los tiempos que hemos vivido y vivimos, en tanto en cuanto representa el rostro de un hombre velado por una mascarilla quirúrgica, en el que tal vez precisamente por eso destacan unos grandes ojos, entre tristes e interrogantes, como los de muchos que hemos visto, reflejando un miedo, una tristeza y una incertidumbre que con distinta intensidad nos ha acompañado durante los dos últimos años en lo que a la pandemia respecta, y que en el presente sigue haciéndolo por una guerra cercana de entre las muchas que asolan el mundo y que se ha convertido en el símbolo de todas ellas, en el deseo de paz, y en la defensa de la libertad.

Con su gracejo y su simpatía característicos, Pedro reparó en que había captado mi atención la obra y aproximándose ilustró cada uno de los números, que fue desgranando en una explicación ágil y cantarina en perfecto italiano. En la cartela junto a la obra leí cómo durante su primera estancia en Roma, becado como pintor en su juventud, se escapaba de cuando en cuando en tren a Nápoles para sentirse de alguna manera más cercano a España. De la ciudad italiana heredamos entre otras muchas cosas el juego de la lotería —debido sin duda al común vínculo representado por Carlos III— que el monarca reguló y que hoy sigue siendo en España ‘asunto de Estado’, pues, junto a las energías representa una importante fuente de ingresos para las arcas del Gobierno. También en España, seguramente por esa herencia que digo, se da nombre a las terminaciones de la lotería, y en especial los vendedores callejeros de la ONCE los cantan como reclamo para eventuales compradores. Mi abuela María, omnipresente en mi recuerdo, se me presentó de repente de forma especialmente diáfana, con aquellos cupones de los ciegos que compraba de forma habitual, tan parecidos entonces a los números de turno de la carnicería, esperanzada en poder ayudar económicamente a sus hijos si por casualidad alguna vez se dignaba a sonar la flauta.

Fue el miércoles un día aún frío, pero soleado y luminoso, radicalmente opuesto a los anteriores, insólitamente lluviosos en Murcia, que han dejado un efímero manto de nieve en los pueblos del noroeste, particularmente en el Sabinar o en Benizar, y también en la cercana Sierra Espuña con sus cumbres de merengue. Siempre imagino en este tránsito estacional, tanto entre el invierno y la primavera, como entre el verano y el otoño, al dios griego Hades. Su impaciencia por la llegada de Perséfone en el último caso, esperándola con temor de hombre mortal, recelando de la promesa de su eterno retorno y torturado por la idea de un nuevo ocaso sin sus labios, o bien resistiéndose a deshacerse de su abrazo en el momento en que la Naturaleza se engalana para recibir a la joven. A dos pasos de la ciudad de Murcia, como quien dice, los campos del Cajitán, exultantes, se muestran ya reverdecidos, y los frutales alternan entre su verde follaje el maravilloso espectáculo de sus flores en los más tardíos y la aparición del fruto en los más tempranos en Cieza, y el valle de Ricote todo es un precioso vergel. Maravillosa tentación para que Perséfone se decida a venir a acompañarnos y favorezca que su madre, exultante, grane el cereal.

Hoy, día bisagra entre Viernes de Dolores y Domingo de Ramos, ya en plenas vacaciones de Semana Santa recuerdo otro mito que nos ha legado la antigüedad grecolatina, enraizado en Oriente, y que también representa el ciclo de la Naturaleza, el eterno retorno, la conexión y reciprocidad en cierto sentido entre vida y muerte, por cuanto su huella se percibe en los rituales católicos que estos días tienen lugar. Se trata del de Atis, el joven amante de la diosa frigia Cibeles, asimilada por los griegos con Rea, madre de los Crónidas junto al titán Crono (el Saturno devorador de sus hijos, dios ‘inmortalizado’ por Rubens o Goya, entre otros). Como Cristo, Atis moría cada primavera y resucitaba al tercer día. En su honor se celebraban unas fiestas a lo largo de trece días. Un grupo de fieles a los que se daba el nombre de dendrophori (los que portan el árbol), llevaban al templo de Cibeles un pino cortado y cubierto de violetas como un muerto, en representación del hombre-Dios, del que se rememoraba anualmente su nacimiento, emasculación, muerte y resurrección. Había ayuno y abstinencia a lo largo de nueve días en los que estaban vetados la carne, el vino y el sexo, como entre los católicos se observaba con rigor antaño.

Tras un triduo de duelo, el dies sanguis (día de la sangre) algunos de los sacerdotes de la diosa Cibeles se azotaban hasta sangrar, llegando algunos al extremo de castrarse para identificarse con el dolor y la muerte de Atis, hasta que el emperador Domiciano prohibió esta práctica y la sustituyó por el sacrificio de un toro en el Taurobolio.

Al amanecer que seguía a la vigilia del día 24, al grito de Evohé se celebraba la resurrección de Atis con una procesión: era el día de la alegría (Hilaria en griego).

Una alegría imprescindible que debemos favorecer, que, igual que inunda los campos en primavera, o los símbolos religiosos a los que el ser humano se acoge, llene de júbilo nuestros espíritus y se traduzca en actos de concordia que nos devuelvan la necesaria armonía para convivir en paz. Con Benedetti, abogo por la defensa de la alegría, por defender la alegría como una trinchera y por defenderla, también, de la obligación de estar alegres.

Felices fiestas a todos.