La Opinión de Murcia

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El show de Samsa

Relato en fuga constante

Libro

Hay un aire vilamatiano en los libros de Hilario J. Rodríguez, que percibo sobre todo en su soltura para redactar anécdotas en las que hace coincidir lo autobiográfico y lo ensayístico. En un título anterior, Perder ciudades, intuíamos, a través de viajes, el eco del autor de Bartleby y compañía de encontrar teorías a base de deshacerse de ellas. De un modo análogo, J. Rodríguez realiza viajes y reflexiona sobre el arte o la escritura para hablar de sí mismo. O viceversa.

Las desapariciones, el vacío, están en el centro mismo del arte contemporáneo. Recordemos los lacónicos espacios silenciosos de Beckett, esa pieza de más de tres minutos de John Cage o la anarcoarquitectura de Matta Clark. Las desapariciones se traducen en mutación, resignificación del vacío en materia vivida. La contradicción de hallar sentido en el vaciamiento, de hallar un objeto (estético, cultural) cuando lo evitamos está también en Las desapariciones. Un bello libro que, en breves capítulos, funciona como una suerte de teoría del desvanecimiento desplegada como un mural caprichoso. Aunque tenemos la sospecha, al llegar a las últimas páginas de Las desapariciones que nosotros también hemos desaparecido. Porque leer es dejar de ser. Desaparecer en la lectura. Quedar tan penetrado por las historias que nos cuentan que la realidad extratextual pierda consistencia y se transforme en experiencia dependiente de la experiencia literaria. Entrar en la lectura hasta el punto de que nuestra vida pierda sus contornos y el libro, como el marco de una obra hiperrealista, nos atrape.

Las desapariciones de este libro no señalan una pérdida, un daño o una herida. Aquí son la paradoja de recuperar otra cosa

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Pero no nos engañemos. En la teoría de la desaparición que J. Rodríguez propone, a diferencia de las que imagina Vila-Matas, no hay una búsqueda estética de la nada, del anonimato como fuga o un ansía de levedad. No encontramos en la prosa de J. Rodríguez una evasión que con el tiempo se haya convertido en melancólica huída hacia el corazón puro del arte. Un fundido en negro. No, en este libro, las desapariciones apuntalan una visión luminosa de la realidad.

El elemento desaparecido que representa está metaforizado en los blancos fríos de la pequeña edad de hielo que sacudió el hemisferio norte durante tres siglos. En el vacío de la nieve, como en los monocromáticos lienzos de Rothko, hay luz. Hay belleza. En la abstracción total, a la que la razón del adulto es ajena, la intuición natural de los niños advierte felicidad. Las desapariciones de este libro no señalan una pérdida, un daño o una herida. De hecho, las más dolorosas pérdidas tras una ruptura de pareja son por las palabras.

Las desapariciones aquí suponen una sorpresa ingeniosa, una iluminación o la paradoja de recuperar otra cosa. Por ejemplo, cuando la Mona Lisa fue robada el museo del Louvre registró más visitas que nunca. O cuando un artista marginal con problemas mentales y sociales pierde el sentido de la realidad y se recluye en su domicilio el resultado es una obra infinita cuyo propósito supera su propia condición humana. Sentimos, nos explica el narrador de estas páginas, que si los artistas desaparecen de la vida lo han hecho para dar sentido a nuestra devoción. Las desapariciones funcionan, además, como una autoficción artística. Una reseña autorreferencial de gustos estéticos heterogéneos que se cruzan con notas y vivencias del narrador.

J. Rodríguez ve el arte como una oportunidad para entender su tiempo y desentrañar su propia biografía. Una escritura cuántica porque, como él mismo sostiene, así es el relato moderno: a base de fragmentos en fuga constante.

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