Creo que una de las experiencias más sublimes se experimenta cuando, al contemplar una obra de arte, lo haces con una música magistral de fondo. Muchas veces además se da el caso de que dichos acordes entran en perfecta armonía con la obra en cuestión, generándose un improvisado diálogo entre ambas que, de algún modo, ayuda a entender mejor al artista, entrando así en una nueva dimensión de emociones difícilmente superable. Hagan la prueba, yo practico esta costumbre con frecuencia y el resultado es indescriptible.

Mientras suena la decadente melodía de Lambert, los primeros acordes de Stay in the dark te llevan por ese dulce camino de espiritualidad que solo el piano es capaz de crear. En ese preciso instante abro la primera imagen de Beatrice Offor, y la magia comienza a surgir entre las manchas de su pintura. Ambas manifestaciones se fusionan en una sola: el retrato en cuestión, uno de los muchos que la artista británica realizó a todo tipo de damas, habla no sólo de belleza –es evidente la gracia de la modelo de grandes ojos, con su largo cabello acariciando la delicada piel–, sino también de desolación, melancolía y pena. Nunca la tristeza tuvo mayor abanderada que la pintura de Beatrice Offor.

Uno de los famosos retratos de Beatrice Offor. L. O.

Desde bien pequeña mostró gran habilidad con el lápiz. El dibujo fue una de las grandes pasiones que alentaron su ingreso en la Escuela de Arte Slade de Londres, uno de los escasos centros que impartía clases tanto a hombres como a mujeres y animaba a sus alumnas a desarrollarse como artistas. Allí conoció a dos de sus más queridas amigas, con las que más tarde se instalaría en un estudio del famoso barrio de artistas de los fitzrovianos. Moina Mathers, la reconocida pintora ocultista, quien además será la primera persona de origen judío en recibir el Premio Nobel de Literatura, y Annie Horniman, con las que no sólo compartiría espacio sino también experiencias, ya que las tres se unieron a la Orden Esotérica Golden Dawn, actividad que no debió gustar a su familia, de fuertes convicciones religiosas.

Como la canción de Lambert, también tuvo sus momentos de plenitud. Se especializó en el tema del retrato y pronto comenzó a exponer en la Real Academia de Arte de Londres con una muy buena aceptación por parte del público.

La música sigue su curso y Lose es casi como un anticipo de lo que está por llegar (la pérdida es una constante que perseguirá a Beatrice desde su juventud). Tras casarse en 1892 con el artista William Farran Littler, la pareja tuvo dos hijos que morirían a muy corta edad, diez meses y cuatro años, como consecuencia de una enfermedad neurológica, y su marido no tardó mucho en unirse a los pequeños tras una nefasta experiencia relacionada con la hipnosis.

'Circe'.

'Circe'. L. O.

Qué difícil es olvidar la huella de una vida, de un padre o una madre, de unos hijos, de un compañero..., ese vacío nunca llega a llenarse del todo. El recuerdo de la pérdida te persigue día a día, y ella nunca pudo recuperarse de esa sensación. La soledad más absoluta se apoderó de su espíritu y, aunque nunca se dio por vencida, la tristeza siempre conseguía ganarle cada batalla.

Unas pinceladas de cierta esperanza llegan con las notas de Awake: estás despierto, debes continuar. Y con la fragilidad de esta nueva fuerza, Beatrice decide proseguir con su vida: sigue haciendo retratos y la pintura ocupa gran parte de su tiempo, aunque la sombra de la melancolía siempre está ahí, presente en cada pincelada, en cada rostro. Una embriagadora atmósfera de abatimiento se hace más que evidente aportando quizás aún mayor belleza a sus ausentes protagonistas. Sus retratos gozaban de gran aceptación, se podría decir que era una pintora famosa, las críticas eran inmejorables, pero la pena no es algo que el éxito y la fama consigan aplacar, la soledad no era buena compañera para un corazón como el suyo en el que el dolor es lo único posible.

Poco tiempo después volvería a casarse. Con la pena todavía abrazando su alma tampoco le quedaba más remedio que hacerlo, no era propio en época victoriana que una mujer joven viviera sola, así que no tuvo más opción que sucumbir a las exigencias de las normas sociales. Un nuevo marido, que además ya tenía otros tres hijos, no fue la solución, a su pesar, a esa tristeza que siempre la persiguió y se hizo crónica. Fueron varias las crisis nerviosas que sufrió, así que era previsible que su historia no iba a tener un desenlace feliz.

De repente, de manera súbita, el fin; un final inesperado, como el de la canción, tajante, desolador. De nuevo vuelve a sonar Stay in the dark. La única salida que encontró a su pena fue la ventana por la que se tiró el 7 de agosto de 1920.

Enterrada junto a sus dos pequeños, en su estudio quedaron los 39 cuadros que seis años más tarde, tras la muerte de su segundo marido, uno de sus hijastros donó al Museo del Castillo de Bruce, donde siguen depositados actualmente.