La Navidad tuvo un triste final para todos los cinéfilos. La noticia del fallecimiento de Peter Bogdanovich nos sorprendió la tarde del día de Reyes a medio camino entre la ilusión de los regalos y la bofetada de realidad del mes de enero. Enseguida las redes sociales se llenaron de mensajes de reconocimiento por parte de los medios y de sus compañeros del mundo del cine y pasamos la tarde recordando su carrera. Lo habitual cuando nos deja un hombre de su categoría.

Yo nunca he sido un apasionado de sus comedias locas. Es un problema estrictamente mío. Creo que la screwball comedy por la que transcurrió parte de su filmografía vivió su esplendor entre los años 20 y 40 y fuera de esa época todo intento, salvo excepciones, me resulta un tanto indiferente. Sin embargo, dejando a un lado este género, creo que Bogdanovich tiene al menos dos películas extraordinarias que muestran como pocas el potencial creativo del llamado ‘nuevo Hollywood’ de los 70. La primera es The last picture show (1971), su obra más reconocida. Se trata de una historia desoladora sobre el final de un mundo, el de la América profunda, muy en esa línea apocalíptica de los cuentos marcianos de Ray Bradbury. La otra, no tan redonda, es Luna de Papel (1973) que supone un acercamiento al universo sentimental de Charles Chaplin y Buster Keaton que tan buenos momentos nos ha dado.

Pero lo que a mí me queda de Bogdanovich, más allá de sus logros cinematográficos, es su manera de entender el cine y su visión apasionada sobre la historia de este arte total. Yo descubrí su obra literaria hace tan solo unos años en una entrevista que concedió al canal norteamericano TCM. En ella hablaba sobre las grandes estrellas que habían ido marcando su vida con un entusiasmo y una magia como pocas veces he visto. De esta manera comencé a hacerme con sus libros y poco a poco fui entrando en su universo cinéfilo de aires aristocráticos. De entre todos ellos vuelvo con cierta frecuencia a Who The Devil Made It (1997) y a Who the hell’s in it (2004), sus conversaciones con algunos de los directores y actores más importantes de la época dorada de Hollywood. Y siempre tengo en el horizonte sus trabajos sobre John Ford, tanto en papel como a través de aquel documental, Directed by (1971), que constituye una pieza de culto entre los fordianos. 

Seguramente, sin sus aportaciones, Hitchcock, Wells, Hawks o el mismo Ford hoy seguirían tratándose a la ligera como figuras de una disciplina menor. Pero Peter, ya en los 60, muy influido por la crítica francesa, consiguió programar en el MoMA unas retrospectivas alrededor de ellos y, por primera vez, el público contempló sus filmografías con la admiración de los cuadros de Van Gogh o de Picasso. Este episodio ilustra la gran labor de Bogdanovich en la historia del cine y da una idea de lo mucho que lo vamos a echar de menos.