Andrés María García acompañó a su amigo Luis Escavy a la gala del Adonáis. Fue el año pasado. Por una cuestión de aforo pandémico, García (Murcia, 1999) no pudo entrar. El viernes, como cerrando un círculo a martillazos, el poeta entró al salón de actos de la Biblioteca Nacional y se llevó un accésit en el mismo certamen. Encima, recordó a su padre.

Enhorabuena. El Adonáis no es un certamen cualquiera.

Muchísimas gracias. Llevaba mucho tiempo esperando, porque los finalistas se conocieron a finales de noviembre y la gala es a mitad de diciembre. Yo estudio en Madrid y vivo relativamente cerca de la Biblioteca Nacional, que es donde se celebra el acto, y no te imaginas la de veces que pensaba en el día de la gala y en cómo sería.

«Aunque sigas aquí cuando te nombro, aún se quiebra mi voz al recordarte», recitó en la gala. Son unos versos dedicados a su padre.

La enfermedad degenerativa de mi padre, que padece desde hace casi diez años, es una de las circunstancias más importantes de mi vida. Seguramente, la que más. Muchas veces hablo con él y le cuento cosas que necesito contarle, aunque sé que no me va a entender ni responder. A los poemas que más cariño les tengo son a los que dedico a mi padre. Fue un momento para recordarle, además Adonáis es un premio muy cercano a esas temáticas.

Según el jurado, su poemario En las ciudades ofrece «un intenso recorrido por el amor y la pérdida». ¿Qué sabe usted, con 22 años, del amor y la pérdida?

De la pérdida, una abstracción. Me imagino cómo será por la situación en la que vive mi padre. Él está ausente, pero no está ausente. Yo desde hace mucho tiempo no puedo hablar con él. Apenas se comunica. De vez en cuando sonríe y hace algún gesto que te alegra, pero no podemos hablar. Esa idea de ausencia que aún no ha llegado pero que sé que va a llegar. Y en cuanto al amor, pues lo que he visto en mi casa entre mi padre y mi madre y también algunas experiencias personales. Soy una persona bastante sensible.

¿Cuándo vio que la poesía era su vehículo creativo?

Gracias a mi amigo Luis Escavy, también poeta. Yo en bachillerato tuve de profesor, en Maristas, a Federico Aliaga. Era de esos profesores que contagian una pasión impresionante. Nos llevó de excursión a Granada, a la casa de Lorca...ese tipo de cosas que te hacen entender que si alguien se implica tanto es porque aquello tiene un significado importante. Luego conocí a Luis fuera de la poesía, y gracias a él empecé a leer a poetas actuales. Los clásicos son importantes, pero empezar por ellos es pegarse un tiro en el pie. Las inquietudes que tenía San Juan de la Cruz no son las que tiene alguien cinco siglos después. A partir de ahí, es algo que marca quién soy.

¿Qué autor le enseñó el camino?

Varios. Julio Martínez Mesanza, que es jurado del Adonáis, Amalia Bautista, Miguel D’Ors, Luis Alberto de Cuenca, Borges...

A Borges lo tiene usted en un altar.

Sí. Su poesía completa, junto a la de Martínez Mesanza y la de Luis Alberto de Cuenca es lo que más he leído. Esos laberintos, esas tautologías y reiteraciones...es tan bueno que es muy difícil de imitar.

Dice que tiene una relación tóxica con la escritura. Explíquese.

Soy muy propenso a tener complejos. Físicos, morales e intelectuales. Me pasa a la hora de hacer deporte, por ejemplo. Me da una pereza tremenda ir al gimnasio, aún sabiendo que me hace bien. Con la escritura me pasa parecido. Me he tirado tardes enteras comiendo techo sin sacar nada. Además, no me quedo tranquilo hasta que saco algo, y me he pasado cinco horas sin sacar nada, ni un verso...la sensación es que has echado la tarde a perder.

Harry Crews decía que le gustaba más haber escrito que escribir.

Pues estoy de acuerdo. El proceso se disfruta, pero la sensación al terminar algo de lo que te sientes orgullo es única. Esto va y viene y, por ejemplo, cuando rompes una época de bloqueo y escribes algo que te satisface...a mí me da por suspirar, me tengo que sentar en el sofá, siento una sensación de desahogo tremenda. Al final es la expresión del alma.

¿Tiene algo entre manos?

Un segundo libro queda muy lejos, pero yo soy de los que cree que hay que escribir poemas, no poemarios. Que cada uno haga lo que quiera, por supuesto, pero por el género que es y por cómo escribo yo, creo que esa es la manera. Claro que tengo poemas de antes y me siguen saliendo cosas, pero ese segundo libro es algo que ahora mismo veo muy lejos.