s una obviedad constatar que nuestros orígenes nos condicionan a lo largo de nuestra vida, sin embargo, Irati Elorrieta en su obra Luces de invierno convierte esta habitual suposición en el epicentro que condiciona toda la narrativa, la historia de dos mujeres unidas por el desarraigo geográfico, familiar y amoroso.

Este trabajo literario nos traslada, como punto de partida, al Berlín más o menos actual, pues si bien no precisa una fecha sí alude como contemporáneas situaciones como la guerra de Irak y la presidencia de Sarkozy. Una ciudad, que si bien es el inicio de la novela y en gran parte escenario habitual, quedará desdibujada cuando sus dos protagonistas, Añes y Marta, comiencen a evocar sus recuerdos que fluyen por la costa vasca, París y Pamplona.

Estos dos personajes centrales cuentan cómo discurren sus apacibles, aunque inciertas y precarias vidas, caracterizadas por la mediocridad de sus viviendas del extrarradio de una gran capital europea, sus sueldos paupérrimos y sus nefastas relaciones de pareja. Pero no destilan pena, no se sumergen en el victimismo, si no que aceptan su sino, un destino que comparten con sólidos y sorprendentes secundarios como el carismático Xuan, el peculiar Kai, el rudo Martin, el amable vecino Max, la excéntrica pintora Claire, el desgraciado señor Kappe, el discreto Martin, e incluso hasta el fantasma de un antiguo amor; todo un collage de personalidades y nacionalidades de lo más variopintas.

En este punto es precisamente donde reside la grandeza de este libro, en la capacidad de esta autora vasca para elevar a la categoría de literatura temas prosaicos y rutinarios como hacer la colada, colgar unas baldas o preparar un té. En este sentido, tiene una gran habilidad para invitar al lector a entrar en los hogares de sus personajes y para compartir con ellos toda suerte de tareas cotidianas, y, al mismo tiempo, también las situaciones personales y emocionales que atraviesan.

Es curioso como la existencia de ambas protagonistas discurre de un lado para otro, deambulando de casa en casa, de ciudad en ciudad, con una facilidad pasmosa desde el punto de vista físico, pero todo lo contrario desde el ángulo mental y emocional. Ellas vuelven una y otra vez a sendos pasados, a momentos que se quedaron varados en su memoria debido a conflictos no resueltos, pero respecto a los que tienen una necesidad imperiosa de revivir constantemente, como si una fuerza interior las retrotrajera y las llevara a analizar cada situación desde un prisma distinto.

Si nos quedamos en el plano espacio-temporal lógico de esta novela simplemente cuenta el discurrir cotidiano de dos mujeres, amigas, a lo largo de unos meses, aproximadamente los que dura el embarazo de una de ellas, aunque el verdadero espíritu de Luces de invierno va mucho más allá, es una energía que sobrevuela de forma reiterada sobre los instantes que marcaron su infancia, su adolescencia, e incluso la de sus progenitores y abuelos.

Justamente en este contexto es donde Irati Elorrieta da rienda suelta a esa necesidad de afecto de Añes y Marta que muestra sin ambages desde las primeras letras de Luces de invierno un aspecto que conjuga con otros recurrentes en ellas como la incomunicación, la soledad, la melancolía o el maltrato psicológico a las someten sus parejas.

Si se contempla el ámbito formal se puede observar el talento de esta escritora, no en vano recibió por este libro el Premio Euskadi de Literatura 2019, para combinar los saltos en el tiempo constantes, casi abruptos, de un párrafo a otro, de una línea a otra, e incluso casi de una palabra a otra. Se trata de un rasgo sobresaliente en los 44 breves capítulos a través de los que se extiende este trabajo literario, que converge también con ese ir y venir de temas, actores y emociones, convirtiéndolo en un cóctel literario de lo más interesante.

A lo largo de sus casi 300 páginas, la autora muestra las heridas emocionales con las que crecen Añes y Marta que lastran sus existencias; un telón de fondo sin más, para realmente mostrar su maestría construyendo una novela dotada de un gran profundidad técnica en la que es capaz de tejer una atmósfera intimista en la que la cotidianeidad conquista la calificación de arte.