C uando se producía el cambio del mundo oral al mundo escrito, Platón pronosticaba (y erró) que la memoria sufriría un daño irreparable porque ya no confiaríamos en ella debido a que «fiándose de lo escrito, llegarán al recuerdo desde afuera». Sin embargo, la escritura no haría sino afianzar el conocimiento, preservar la cultura, extender una vasta red de mentes a través de los libros y hacer que nuestros cerebros alcanzasen un nivel de complejidad mayor.

Pero no sería hasta la invención de Gutenberg cuando la revolución se consolidase. La escritura, en forma de libro, se expandiría y estaría al alcance de millones de personas. Hasta el momento actual, en el que vivimos en un mundo textual, saturado de caracteres, de logos con letras, anuncios formados por frases y eslóganes, carteles con mensajes que nos apelan y libros y artefactos que descodificamos por medio de la lectura y que configuran, por exceso, ese simulacro, esa hiperrrealidad de la que hablaba Baudrillard.

Pero si la imprenta supuso un cambio de paradigma que implicaba un exceso de lectura, ahora, con las nuevas tecnologías e Internet el verdadero cambio supone pasar de un mundo de millones de lectores a un mundo de millones de escritores. Como señala Vicente Luis Mora en su ensayo La escritura a la intemperie hasta los años noventa el libro era el instrumento de trabajo literario, un instrumento que solamente sirve para leer. Sin embargo, ahora, la herramienta de lectoescritura ha sido desplazada por el ordenador, una máquina que físicamente se distribuye entre pantalla (leer) y teclado (escribir), lo que invita a los ‘lectoespectadores’ a formar parte activa del proceso de escritura y hacer que el mundo se haya convertido en un mundo de escritores. Escritores que, como ha explicado Luis Mora, han podido proliferar y escapar del yugo de los modelos tradicionales. Aunque vislumbrar un mundo en el que todos escriben y nadie lee no es algo nuevo. Ya Borges, en un diálogo con Susan Sontag en el año 1985, decía que «escritores, sí, quedan muchos, pero lectores casi ninguno».

Independientemente de que escribamos o leamos más que hace cincuenta o cien años, lo que está claro es que ahora los modos de producción y recepción han cambiado. La lectura y la escritura (entendidas como actividades compartidas) no están sujetas a una pluma o a una máquina de escribir y a un libro, a un autor y a un editor convencional. Ahora cualquiera puede escribir un estado de Facebook que leerán miles de usuarios. Una novela o un poemario que se colgará en Amazon y alcanzará a cientos de miles de potenciales lectores. O un texto improvisado que verá la luz en un blog personal que se podrá consultar en cualquier parte del Globo. La literatura (o la escritura literaria) no es ese viaje unidireccional romántico de hace un siglo que se proyectaba desde el escritor al lector por medio de un libro editado.

Igualmente, leer no solo consiste en sentarse en una butaca con una novela entre las manos. Las tablets, los smartphones y demás dispositivos electrónicos han multiplicado las posibilidades de lectoescritura. El lector, desde estos nuevos dispositivos es apelado y transformado en escritor, entendiendo escritor como creador de contenidos: redes sociales, blogs, aplicaciones como Whattpad, mensajería de texto…

Por otro lado, resulta interesante constatar que las nuevas tecnologías, paradójicamente, esté propiciando una suerte de retorno a lo oral. Un retorno que, si bien no es ni será completo, sí que parece establecer un solapamiento, o al menos, como indica Vicente Luis Mora en el ensayo citado: «lo oral recupera el terreno perdido».

¿Se está produciendo un retorno total a lo oral? Es impensable en la actualidad. Pero sí que se percibe, al menos, una mirada y una recuperación parcial de espacios dedicados a la comunicación oral. La proliferación de podcast (algunos de carácter narrativo, otros de naturaleza divulgativa). El imparable auge de YouTube, los audiolibros y el consumo masivo de series que, además de las imágenes, no son sino audios que desplazan la lectura como actividad narrativa de consumo hegemónica.

Sintomática es en este sentido la arriesgada apuesta de Apple Tv: Calls, una serie de tele (¿visión?) basada únicamente en llamadas telefónicas, en las que tan solo se muestran imágenes de gráficos y poco más, confiando plenamente en el poder de la voz y en la sugestión que promueven algunas claves visuales.

Resulta extraño creer que algún día regresemos a juntarnos en torno a una hoguera a escuchar historias. Sin embargo, no debemos olvidar que seguimos siendo seres parlantes y que aunque sea por medio de dispositivos tecnológicos o redes sociales seguiremos hablando, narrando y trasmitiendo nuestras historias y fragmentos de ficción.