Algunos españoles vivimos entre dos confinamientos, dependiendo del estado de ánimo. Hay días en los que uno se siente fuerte. Mira por la ventana, observa la vida en su lento caminar hacia la 'nueva normalidad' y descubre que esta pandemia está dejando más neologismo que certezas. Las terrazas de los bares seguirán ahí, alegres y con el vermut, pero al 50 por ciento. Sin embargo, en otras ocasiones, ni salir al balcón sirve de consuelo. Los días son pesados y se pegan a la piel. Más de cincuenta marca mi ventana. El locutor de la radio canta la cifra con resignación. El peligro de llevar tantos días encerrados es que ya no somos capaces de distinguir los días buenos de los malos.

Nuestros apartamentos (los no ajardinados) están a punto de convertirse en un territorio mítico. El salón alcanzará en breve dimensiones épicas. Ahí conviven el ordenador, los libros, el pijama, las tazas de café, la colchoneta del pilates y los mandos de la videoconsola. El orden volverá a ser profanado en solo unas horas. Aquella esquina del sofá es la más cómoda. Se la disputan el hijo, el padre y el perro. A las cinco empieza el programa favorito de la abuela. La madre quiere silencio para hacer su trabajo. En algún momento los hogares se convirtieron en una saga literaria.

Me imagino el mío como una Mágina particular. Es el territorio creado por Muñoz Molina. En él conviven fantasmas de piel y de sábanas. Muchas de sus novelas nacen, como nuestros días, de la reclusión. Un ejemplo es Beatus Ille. Jacinto Solana es un poeta del 27 que durante la guerra estuvo a punto de ser fusilado por republicano. Decide encerrarse en Mágina y no salir más de las cuatro paredes que tapian y forman su realidad. Solo hay libros y soledad. Recuerdos a cuestas. ¿Cuántas tardes de nuestro confinamiento se han formado de ese mismo material, libros y soledad?

Otras veces han sido menos poéticos. Me refiero a la mujer emparedada de El jinete polaco. La leyenda que corre por Mágina y que cuenta que un hombre encerró a su esposa por celos. Encontraron su cadáver momificado décadas después. Esas historias ayudan a formar el carácter de los pueblos. O los numerosos personajes que pueblan Sefarad, de todas las ideologías pero perseguidos y encerrados por la misma sinrazón de siempre. Con miedo a que los vecinos los delaten en la Moscú roja o por haber salido a tirar la basura dos veces hoy.

No sé que personaje de Mágina me tocará este día. A estas alturas ya me siento un poco todos. Miro horrorizado los periódicos y empiezo a pensar que la 'nueva normalidad' ya somos nosotros, que ha llegado para quedarse. En Mágina ya no cabemos tantos. Están alargando demasiado esta novela.