Bajo el título Teatro di morte, Two Art inaugura esta tarde una exposición no apta para ojos sensibles. La galería murciana, que ya con sus dos anteriores propuestas ha dejado clara su intención de romper con la cotidianidad dentro del panorama plástico murciano -primero, con una colección de artistas orientales nunca antes vista en Europa y, después, con una muestra del trabajo del escultor bizarro Thomas Klueber-, abre sus puertas esta vez a un artista repudiado, marginado en multitud de ocasiones por culpa de una propuesta que, para muchos, excede los límites de la transgresión. Hablamos del fotógrafo norteamericano Joel-Peter Witkin (Brooklyn, 1939), un hombre habituado a trabajar en la morge; un espíritu macabro y obsesionado con cadáveres, enanos, transexuales, hermafroditas y personas físicamente deformes.

El Teatro di morte de Witkin, que sube el telón a las ocho de esta tarde, ofrece un recorrido visual a través de algunas de las fotografías más representativas del perverso fotógrafo, mostrando tanto sus ´poéticas naturalezas vivas´ como las más polémicas ´naturalezas muertas´, en una selección de más de cuarenta obras.

Y es que el trabajo de Witkin siempre se ha movido por esa delgada línea que separa la vida de la muerte, el amor del odio, lo que le ha granjeado infinidad de seguidores -y otros tantos detractores- desde aquella mítica fotografía de los años ochenta titulada The kiss en la que el fotógrafo muestra una cabeza decapitada que fue cortada por la mitad e invertida para simular un apasionado beso entre dos hombres.

Como se puede intuir por las fotografías que acompañan a este artículo, su trayectoria profesional ha estado envuelta en una pegajosa polémica que le ha supuesto en múltiples ocasiones estar vetado por museos y salas de todo el mundo a pesar de ser «uno de los máximos exponentes de la fotografía internacional», señalan desde la galería dirigida por Eva Hernández. «Es considerado por ciertos sectores del mundillo del arte como una figura incómoda porque su particular manera de entender y percibir la imagen es tan distinta al resto que a primera vista asusta, y no sólo por el hecho de que sus protagonistas sean personas deformes o fragmentos de cadáveres, sino porque sus escenas muestran esa parte de la vida que normalmente obviamos y no queremos ver por alejarse de la normalidad establecida, resultando demasiado duras para nuestra moderna sociedad de diseño», apuntan.

Ajeno a todo este tipo de «absurdos tabús» y con una total libertad creativa e intelectual, el fotógrafo desgrana en Teatro di morte un universo donde «lo grotesco adquiere el valor de sublime y sus personajes abandonan su habitual estado de marginalidad para convertirse en puro arte»; un proceso no exento de sufrimiento y que solo puede llegar a ser comprendido adentrándose en su persona.

Criado en un ambiente de fuerte carácter religioso -su padre judío ortodoxo ruso y su madre devota católica italiana-, no es de extrañar que las alusiones a lo espiritual y a la Biblia tengan una presencia constante en sus fotografías. «Temas como el infierno, el purgatorio o la crucifixión atraviesan su objetivo sin ningún tipo de prejuicio para recordar al espectador que la vida es una prueba que todos debemos pasar, ese gran teatro en el que todos actuamos donde la muerte es la inevitable protagonista principal», señalan desde Two Art.

De hecho, como él mismo ha reconocido en más de una ocasión, parece que la muerte siempre ha estado rondándole. Ya en su mismo nacimiento, al fallecer uno de sus hermanos trillizos, tuvo su primer contacto con ella, pero, según desveló, hubo un hecho que sin duda trastocó alguna parte de su subconsciente: cuando era tan sólo un niño fue testigo de un accidente entre varios vehículos en el que una niña perdió la vida al ser decapitada. Por si la experiencia no fuera lo suficientemente traumática, Witkin asegura que la cabeza de la joven víctima fue a parar cerca de donde él se encontraba. «Seguramente en ese instante cualquier otro niño, o adulto, hubiera salido despavorido en dirección opuesta, pero, por el contrario, él sintió una cierta compasión que le llevó a intentar acariciar su rostro», recuerdan desde la galería. Si a esto sumamos que años más tarde, en 1961, sería reclutado como voluntario en la Guerra de Vietnam para documentar los accidentes ocurridos durante las maniobras y los suicidios de algunos soldados, todo cobra aún más sentido comprendiendo así que en su peculiar manera de entender el arte -y en general la vida misma- el tema de la muerte sea tratado con total normalidad.

Sin Photoshop ni cámara digital

Sexo, muerte, masturbación, dolor, amor, sufrimiento, transexuales, hermafroditas, enanos, personas deformes o mutiladas, vírgenes, cadáveres, animales crucificados o macabros bodegones protagonizan las imágenes que exhibirá esta tarde Two Art; y siempre en blanco y negro, eso sí, partiendo de la propia esencia de la fotografía, sin Photoshop, ni ordenadores, ni cámara digital alguna. Y eso resulta todavía más inquietante.

Cada una de sus composiciones parte de un primer dibujo preparatorio al que sigue la cuidadosa puesta en escena que a continuación inmortaliza con su cámara Rolleiflex de los años sesenta para, en un segundo estadio, trabajar directamente desde el negativo que manipula con ácidos, raspa y araña, a veces hasta corta y pega a modo de collage, finalizando con un virado al selenio o sepia con el que consigue ese toque mágico y misterioso.

Por cosas como estas, «su arte molesta, estorba e incomoda al tiempo que te atrae e hipnotiza, es feo y bello a la vez, terrenal y espiritual, pocos artistas tienen la capacidad de encontrar belleza en aquello que a la mayoría le produce repulsa transformando el horror en historias insólitas, fábulas o metáforas que nos invitan a meditar sobre la vida y la muerte, lo religioso y lo mundano, el amor y el desamor, lo sexual y lo erótico, enseñándonos a mirar de nuevo el mundo que nos rodea pero con unos ojos nuevos, aquellos que están limpios de cualquier prejuicio o tabú», sentencian quienes hoy le descubren ante el público murciano.