Fiel a sus postulados, Sokolov propuso un programa con: Preludio y Fuga en do mayor KV 394, Sonata nº 11 en la mayor KV 331 y Rondó en la menor KV 511, del austríaco Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791), en la primera parte, y Bunte Blätter ('Hojas multicolores'), op.99, del alemán Robert Schumann (1810-1856), en la segunda.

Será difícil, alguien con acento alicantino dijo que imposible, poder escuchar en vivo un Mozart mejor tocado y más interesante que el que nos ofreció el pianista ruso utilizando todos los recursos del piano actual, instrumento con el que no contaba el músico salzburgués. Pero de tal manera, incluido el pedal, para, sin afanes de historia ni intentos de autenticidad, ofrecer una recreación moderna, casi de futuro, una especie de vuelta de tuerca, sin perder la idea de fidelidad al espíritu del compositor.

El preludio de la KV 394 fue de una fantasía imaginativa, con un realce de corte romántico que, tal cual, no dejaba de ser Mozart, para seguir con una fuga de un equilibrio, limpieza y claridad de voces fuera de lo común. Con la utilización de esos recursos con tal riqueza pero con tal templanza que, de manera portentosa, no desfiguraban el estilo barroco y académico de ese fragmento, sino que casi lo potenciaban. Admirable.

En el primer movimiento de la Sonata KV 331, reposado, con naturalidad, con pulsación y articulación prodigiosas, las variaciones tuvieron su tratamiento, relacionadas y con su referencia. En el último, a tempo normal, moderado, la 'Marcha turca' no dejó de tener frescura y viveza; y los arpegios de la mano izquierda, habitualmente con la última nota en el tiempo fuerte, pero que Sokolov, con su pedal, los hizo con la primera, le dieron un aire, carácter y sonoridad de exotismo otomano tan rotundo como atractivo. Sorprendente.

En el KV 511, Sokolov nos evocó cómo Mozart pareció emanciparse de la época sin renunciar a las formas del siglo. Sensible y emotivo.

Panorama distinto. En las infrecuentes catorce piezas breves de Schumann escuchamos un piano plenamente romántico, con íntimo lirismo en algunas de las de menor exigencia técnica (de las Stüklein y de las Albumblätter), y con cuerpo orquestal, vuelo y temperamento en las más robustas y virtuosísticas (como Präludium o Scherzo). Con pleno dominio, abrumadora gama de matices y pormenores, y una paleta impresionante de colores sonoros. Tremenda demostración.

Los aplausos interminables motivaron que el pianista, como hace siempre, no sólo aquí como oí decir a un crédulo espectador con acento de la tierra, se explayara en propinas. Vaya la relación, sin más, de los seis preciosos regalos de esa 'tercera parte': Mazurca op. 68 nº 2 en la menor, de Chopin; Balada op. 118 nº 3 en sol menor, de Brahms; Mazurca Op. 30 nº 2 en si menor, de Chopin; Le rappel des oiseaux, de Rameau; Preludio Op. 32 nº12 en sol sostenido menor, de Rachmaninov, y Preludio coral BWV 639, de Bach-Busoni. Otra exhibición.

Sokolov volvió a tocar un piano traído de fuera, de mejor sonido y más afinado que el del año anterior. Tras la oportuna afinación del descanso sonó espléndidamente.