El Palacio del Almudí de Murcia abrió ayer sus puertas a un 'nuevo' Hurtado Mena; o, más bien, a un Hurtado Mena «distinto». Y es que, tal y como explicaba el pintor ayer a esta Redacción poco antes de la inauguración, poco o nada tiene que ver El huerto de la vida -título con el que ha bautizado esta muestra- con los paisajes urbanos que venía trabajando durante los últimos años y que tuvieron su justo final (por ahora) con una exposición en la Galería Chys hace dos años.

Desde entonces, e incluso desde algún tiempo antes -confiesa que el más antiguo de los cuadros que ahora desvela tiene ya cinco años-, el murciano agarra el pincel despojado de cadenas. ¿Sus grilletes? La realidad, esa 'necesidad' de ajustarse de forma fidedigna a aquello que ven los ojos. «¡Ya me he cansado de contar las ventanas de un edificio!», apunta con humor. Ahora, quien guía su pincel es la naturaleza; o, lo que es lo mismo, él. «Hay un momento, cuando llegas a una edad, digamos, 'filosófica', en el que esos paisajes no te dan directrices, sino una fórmula libre según la cual pues, si así lo consideras, puedes cambiar un árbol de sitio, o directamente lo eliminas porque crees que es conveniente hacerlo. Y lo que resulta nos indica que estamos dentro del paisaje, de nuestra tierra, de nuestro huerto», explica el artista.

Por ello, para Hurtado Mena, El huerto de la vida es un «canto a la libertad», creativa en este caso; la de «hacer, en un preciso momento, la pincelada que sientes que debes hacer». «De la otra manera, estás sujeto a ciertos cánones con el objetivo de no desvirtuar la obra tal y como la tienes que enseñar; y no tal y como la quieres enseñar», apunta. Por eso, y de cara a quienes visiten la muestra, que estará en el Almudí hasta el 21 de julio, el artista señala: «No quisiera que vierais los cuadros como: 'Este es el jardín de no sé qué, este el de no sé cuántos'. No. Estos son jardines interiores. Aunque, evidentemente -reconoce-, uno forma parte de un entorno que llevamos dentro y que se refleja inevitablemente».

Esto le ha permitido, por ejemplo, poder expresar sentimientos en un movimiento tan limitado -por supuesto, en este estricto sentido- como el paisajismo. «Lo importante es que quieres pintar, y no el qué. Y al final te salen cuadros tristes, por ejemplo; es sorprendente. Pero, claro, son un reflejo de lo que sientes en ese momento. De la otra manera -en referencia a aquella férrea vocación realista que le precede- no es tan fácil... Y la he trabajado y disfrutado mucho, y volveré a ella, pero hoy por hoy lo que me mueve es algo distinto», insiste.

El resultado de todo este proceso lo conforman una treintena de piezas de gran formato, aunque él insiste en que, debido al auge del muralismo, lo suyo en comparación es «una cosita pequeña y muy modesta»: «Mira, yo he trabajado toda esta obra en un segundo piso sin ascensor, así que los lienzos son del tamaño que me permitía el rellano de la escalera», bromea. Junto a ellas, Hurtado Mena expone once piezas de apuntes «que no tienen más de una hora de trabajo, pero que vuelcan toda la emoción del momento», de esa llamada de la inspiración que los artistas responden sobre cualquier papel, con cuatro colores y un lenguaje propio, íntimo, que es único.

Y es que para el autor -volviendo a la cuestión del formato-, «una cosa pequeña puede contener una gran parte del artista, mientras que en una grande toda esta motivación puede llegar a perderse». De hecho, según su opinión, con esto del tamaño de los cuadros estamos malacostumbrados: «La pintura no se vende por kilos».