Memorable faena la suya, de las que hacen afición. La madurez de su técnica y el brillo de su calidad artística se manifestaron en llamativos trazos a lo largo del recital. Entre Sabina arrancándose por baile flamenco y claqué y su compinche Joan Manuel Serrat al cante y juegos de malabares, el recuerdo a Chavela Vargas por el Bulevar de los sueños rotos, y los cambios de roles prestándose canciones el uno al otro, se pasaron casi tres horas a bordo de un insumergible Titanic con estos dos pajarracos. Una hermosa metáfora muy adecuada para estos tiempos que corren.

De un lado, ese Baudelaire con guitarra madrileña, Sabina, que hace disfrutar con su lirismo canalla. De otro, el maestro de maestros, la leyenda. Decir que Joan Manuel Serrat es el mejor de nuestros cantautores es quedarse corto. Porque además es poeta. Vaya par de diestros, la extraña pareja. Muchos, a su edad, ya no salen de gira. Ellos contraatacan y vienen juntos a saldar la deuda de aquel concierto, Dos pájaros de un tiro, que suspendió la lluvia hace cuatro años, con canciones por las que pululan perdedores y canallas y forman parte ya de la memoria colectiva, combinando realismo callejero y sensibilidad poética, aguda ironía y descreída lucidez.

Consiguieron que el Titanic no fuera un paquebote, sino un paqueflote. La Orquesta del Titanic, ofreciendo aires sugerentes y renovados al repertorio, ha logrado mantenerse a flote en mitad de un verano catastrófico para las giras nacionales. Los conciertos de estos dos veteranos artistas, sin lugar a dudas entre los mejores cantautores españoles de todos los tiempos, no sólo reúnen un gran tesoro con su repertorio, sino que hacen que funcione todo lo aprendido en sus largas carreras. Escuchar en directo a estos dos grandes músicos es una gozada, y la compenetración entre ambos es tal que las canciones de uno suenan igual de bien en la voz del otro, y resultan ser mucho más que dos. Casi tres horas se pasan en el escenario compartiendo banda y repertorio. No faltan los diálogos socarrones entre ambos, las puyitas irónicas ni las declaraciones de admiración mutua.

Al natural y sin tapujos

Los dos pájaros ágiles, chispeantes, bailoteando y correteando como dos chicos traviesos que disfrutan hacen que sea algo contagioso. Se mostraron al natural y sin tapujos: Sabina en su versión más canalla, como un pirata de voz de lija, que en algún momento apagó la de su compadre, y a su lado el Serrat más dulce y suave. En el repertorio iban alternando temas de los dos artistas. Decía Serrat : «Yo le lavo cada día, le saco a pasear, le muestro la ciudad... Le saco tempranito a orearse, le llevo a comer y me come muy bien...». «Ni en mis más locos, melodramáticos y etílicos sueños, pensé que iba a estar en este escenario con el maestro Serrat», comentó Sabina.

Más de 12.000 personas, seguidores de cada uno y de los dos en conjunto, disfrutaron en la Plaza de Toros el espectacular montaje, al más puro estilo Broadway, con juegos de luces impresionantes y grandes pantallas. «Vengan pequeños y grandes y no olvidarán jamás el fabuloso programa que les voy a presentar (...) Anímense, no lo duden, que se van a divertir», dicen los pajárracos ideados por el negro Fontanarrosa, gran escritor, un humorista. Y Serrat corroboró: «Hoy puede ser un gran día, plantéatelo así». Y así fue.

«Me gusta apoyar a la gente que empieza», le dedica Serrat a Sabina; este replica: «Es verdad, siempre nos ha ayudado mucho a los jóvenes». Ahora que hay tantos sesentones girando por el mundo con cancionero mítico y facultades lógicamente al mínimo, ya tardaban estas dos luminarias españolas. El repertorio era apabullante, y uno de los grandes atractivos es comprobar cómo «la voz de lija» de Sabina exprime los clásicos de Serrat, mientras éste hace lo propio con su «voz de terciopelo» en temas como Una canción para Magdalena. «Cuando la cantas, haces que no parezca ni puta», le señala Sabina, que medio se quejaba: «una cosa nos separa: mi envidia y su talento».

El humor recorre esta especie de recital-vodevil con entremeses cómicos a cargo de dos figuras de gran ingenio y verbo volador. Los temas del naufragio presente se mezclaban con glorias pasadas, destacando estas últimas. Serrat supo sacarle el partido que se merece a las canciones de Joaquín cuando fue su turno de ejecutarlas en solitario, y otro tanto hizo Sabina cuando le tocó el turno de rendir pleitesía a los temas de Serrat, como el clásico Señora. El resto de canciones fueron lo más escogido de ambos mundos: Mediterráneo, Aquellas pequeñas cosas, Esos locos bajitos (¿se emocionaba Serrat al cantarla?), Princesa, 19 días y 500 noche, Cantares, Para la libertad, Y nos dieron las diez, Fiesta, y tantas otras. Un delicioso menú para todos los gustos, que incluyó algunos cambios de vestuario, animación digital y bises a granel.

La orquesta en la que estaban el maestro Ricardo Miralles por el lado de Serrat, y los escuderos de Sabina, Pancho Varona y Antonio García de Diego- marcó un nivel altísimo. El público acompañó en todo momento las canciones, quitándoles a veces a los solistas de su trabajo convirtiéndose en un coro enorme durante las composiciones más populares.

Una gran noche en la que Joaquín Serrat y Joan Manuel Sabina junto a la Orquesta del Titanic no dejaron de tocar y evitaron que el barco se hundiera. Un gran acontecimiento para la música y la poesía.