Semana Santa

Guiados por el Nazareno

La meteorología se alía con los marrajos para llenar las calles de la ciudad de familias durante la solemne procesión del Santo Entierro celebrada el Viernes Santo

La emoción embargó a un público que no quiso perderse el solemne cortejo de la cofradía Marraja.

La emoción embargó a un público que no quiso perderse el solemne cortejo de la cofradía Marraja. / Loyola Pérez de Villegas

Andrés Torres

Andrés Torres

«Hay mucha gente en la calle, papá», comentaba la pequeña tras visitar la Iglesia de Santa María de Gracia para ver cómo se preparan los tronos de la procesión del Santo Entierro. «Es que es Viernes Santo, cariño. Es el día más grande de la ciudad, al menos el que más gente se echa a la calle en Cartagena. Esta es la noche en que muere Jesús y los marrajos sacan la procesión donde se representa su muerte y su entierro. Muchos cartageneros que viven fuera vienen este día para estar con su familia y ver las procesiones y muchas personas vienen de otras ciudades para ver la belleza de los tercios y los tronos que salen esta noche», le explicaba su padre.

«Entonces ¿es una noche triste o alegre?», preguntó la niña. El hombre se quedó pensativo y tardó unos segundos en darle una respuesta que no lo dejó muy convencido. «Un poco las dos cosas», dijo.

Se acordó de la conversación con su hija cuando llegó a la concentración de la agrupación en la plaza San Francisco unas horas más tarde y su presidente le contó que había sido una tarde difícil: «Hemos tenido dos bajas de última hora. Ha muerto un familiar de dos penitentes y van camino de Madrid. Me han llamado llorando».

Aquella era una noche especial, todos los Viernes Santos lo son, pero este año celebraban el 25 aniversario de la primera salida del trono a hombros y todos parecían más nerviosos de lo habitual. Hasta que la procesión echó a andar, los nervios se esfumaron y empezaron a disfrutar de otra noche mágica.

La marcha fue más dura de lo esperado en un principio, lo que contribuyó más si cabe a que la recogida fuera más emocionante y a que se le hiciera un nudo en la garganta con el triple abrazo que se dio con los dos portapasos con los que comparte el hueco en las varas de su Magdalena desde hace un cuarto de siglo. Prosiguió con su ritual y se acercó al cajón del trono, donde se hizo pronto con un pequeño puñado de flores. Se encaminó hacia la salida por la puerta de San Miguel, pero se topó con otro compañero veterano. «¡Menudo ramo llevas, comparado con el mío!», le manifestó. «Tengo motivos. Es para mi madre, murió hace tres semanas y se las quiero llevar mañana». Le respondió con un abrazo, antes de seguir hacia la calle y decirle: «¡A ella le gustarán!».

Salió disparado de la iglesia, atravesó como pudo la marabunta de la calle del Aire del brazo de su hermano, continuó por las calles Medieras y Mayor para enfilar de nuevo hacia el templo y dirigirse a las sillas donde todos los Viernes Santos le esperan su mujer y sus hijas para cantar la Salve juntos. Allí, vio pasar a un eufórico hermano mayor delante del trono de la Virgen. Ambos se saludaron con el pulgar hacia arriba. «Fue brillante. La procesión llevó un ritmo magnífico. Fue un discurso continuado y sin cortes del Vía Crucis penitencial marrajo. El tiempo, además, acompañó y las calles estaban llenas de público. Fue una noche magnífica para los marrajos, a los que tengo que felicitar por esta gran procesión. Los tronos a hombros, espectaculares; los arreglos de flor, perfectos; las bandas, muy bien; y sobresalientes los violines que acompañan al Yacente. Únicamente una rotura de una cartela de la Virgen en la Plaza Risueño supuso un pequeño contratiempo. Y no me gustaron nada las mesas en primera fila, sobre todo, en la calle Sagasta», comentaba a la mañana siguiente el orgulloso dirigente marrajo.

Allí, sentado en la silla mientras veía el final de la procesión, repasaba las tres horas de desfile y los 25 años con su santa. Entonces, llamó a su pequeña y le dijo: «Hija, hoy es un día alegre, porque los marrajos sabemos que nuestros seres queridos, los que faltan, acompañados de la Magdalena, San Juan y la Soledad, desfilan todos los días en el cielo guiados por el Nazareno».