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El trasfondo de una revuelta rural anunciada

El levantamiento del movimiento agrario en España y en la mayor parte de países miembros de la UE exige a las autoridades competentes escuchar activamente a un sector en peligro de extinción. De nuevo los pequeños contra los grandes

Tractores en las protestas de agricultores.

Tractores en las protestas de agricultores. / EUROPA PRESS

Natalia Corbalán

El campo español se ha levantado harto del desprecio y falta de respeto de una parte de la sociedad que no ha sabido identificar el papel clave que juega este sector en la alimentación, salud, economía de las familias y conservación del medio ambiente. Llama poderosamente la atención que este estallido haya cogido desprevenido al Gobierno central, a los regionales y a las organizaciones agrarias tradicionales. Este hecho confirma su alarmante desconexión con la realidad, pese a los contantes llamamientos y peticiones de reuniones que se han venido realizando en los últimos años. Un ejemplo palmario es la Región de Murcia desde la aprobación de la ley del Mar Menor, necesaria en muchos aspectos pero también erigida como coartada para liquidar a plazos la rica agricultura del Campo de Cartagena. Y nos seguimos preguntando por qué y para qué.

El arreón de los agricultores en las carreteras esta semana tiene mucho de emocional e impulsivo. Sí. Pero se seguirán equivocando los de arriba si siguen ninguneando a nuestra gente. Porque si han sido capaces, sin contar con organización y sólo con comunicaciones espontáneas a través de redes sociales, de articular esta fuerza en toda España, la potencialidad de un movimiento ciudadano bien organizado que agrupe al mundo rural puede alterar mapas representativos de forma notable. Estamos hablando de nueve millones de españoles censados en el mundo rural, con actividades económicas basadas en la ganadería, agricultura, pesca, logística y transporte, insumos, energía, hostelería y turismo

Los problemas expresados por los agricultores y ganaderos son comunes en toda la UE. Los aspectos nocivos que el sector ha destacado son los ya conocidos: la excesiva burocratización de la actividad económica, la competencia desleal con terceros países, la gestión de la actual PAC, muy desenfocada de sus orígenes, y la implementación de medidas agroambientales sostenibles, muchas de ellas meramente estéticas y cuya gestión por parte del sector primario sólo acarrea costes inútiles sin un beneficio claro al medio ambiente. El sector ha percibido este paquete de medidas disfrazadas de medioambientalistas como una perfecta hoja de ruta para dejar fuera a los pequeños y medianos agricultores y ganaderos.

El desistimiento de los pequeños debido a la burocracia y a la presión de grandes lobbies está provocando un efecto alarmante: el regreso de la propiedad de la tierra a manos de unos pocos. Ya no son los terratenientes o los aristócratas de hace dos siglos, sino que la concentración de la tierra está recayendo en grandes corporaciones.

Que nadie trate de ver en este movimiento una polarización artificial entre medio ambiente y actividad agraria. Esta dicotomía no existe y sólo se utiliza para distraer y generar dudas del papel clave de esta actividad económica en el entorno rural. Es impensable un modelo agrario europeo donde la protección y conservación del medio no sea el pilar básico. ¿Quién querría degradar aquello que le da la vida y su oficio? Sólo el desconocimiento o la desinformación puede vislumbrar una agricultura y ganadería futura sin la armonización con el entorno.

Declaraciones de nuestros principales dirigentes, en un intento por desdibujar las quejas, trasladan las culpas a Europa, a sus instituciones, cuando la realidad es que éstas se mantienen por personal de los 27 países, bajo las premisas de los distintos Gobiernos y colores políticos de cada país o región. El ejemplo palmario es la regulación antes citada en la Región de Murcia. ¿O es que ha sido Úrsula von der Leyen quien ha ordenado arrancar regadío para obligar meter placas solares? Ya no cuela.

En este contexto, el papel de los sindicatos agrarios es complejo. De cómo sean capaces de gestionar esta crisis determinará su futuro como representantes de agricultores y ganaderos. Aquello que no funciona, desaparece, como las cabinas telefónicas, así que es el momento de ver qué papel juegan. Porque esta crisis seguirá hasta que se fragüe un canal fiable por el que canalizar este hastío de forma profesional, transversal y correctamente coordinado.

De momento, Europa y cada uno de los Estados miembros deben ser receptivos a las quejas más razonables, pero no por la inmediatez de las elecciones europeas, sino por empatizar con un sector clave en el porvenir de los europeos. Nadie entendería que la producción de alimentos seguros, suficientes y a un precio asequible en Europa no dependa de la propia Europa.