El periodista Paco Sánchez falleció ayer en Molina de Segura a los 53 años de edad. Nacido el 1 de mayo de 1968 en Castellón. Estudió Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid y trabajó en La Opinión de Murcia en las áreas de Política y Educación. Además, seguía colaborando con esta casa en Especiales y Eventos. A lo largo de su trayectoria profesional pasó también por El País y el centro universitario ISEN.

Esposo de la redactora jefa de La Opinión de Murcia, Victoria Galindo, y padre de una niña, Teresa, su inesperado fallecimiento a edad tan temprana ha supuesto un mazazo para sus compañeros, amigos y colegas de profesión. El director de La Opinión de Murcia, José Alberto Pardo, dedica un obituario para expresar su dolor y el de la gran familia de este periódico:  

Como un mazazo en mitad de la apresurada rutina matinal de un sábado. Como un aldabonazo en las puertas del pecho me llegó la noticia de su muerte en la voz de su ya viuda y madre sin consuelo, Victoria Galindo. Una llamada que no abría puertas, que derrumbaba muros de piedra levantados a fuerza de años y costumbres: Paco Sánchez, un tipo cabal, ya no está con nosotros.

En el edificio que, más o menos endeble, más o menos consistente, vamos construyendo a lo largo de esta vida, se viene abajo otra viga a la que aferrarse.

Porque Paco era mucho más importante de lo que él quería o creía aparentar. Al fin y al cabo, era el hombre con el que todos queríamos hablar, era el hombre que escuchaba, no el que asentía; el que después de media hora larga de disertación sobre política, viajes o el cole de los niños, enriquecía tu discurso con anécdotas o puntualizaciones. Tenías la certeza, y no la pose, de la empatía.

Por eso siempre le consideré un gran periodista. No puede transmitir el que no sabe escuchar. No puede comunicar la idea del otro el que ya tiene una idea preconcebida. Paco era abierto, plural. Y fino en sus respuestas, agudo, perspicaz.

Recuerdo, a los pocos años de entrar a trabajar en La Opinión, que entre un grupo de trabajadores, ya en la postrimerías de una larga fiesta de esas que se hacían antes, elegimos al que mejor estilo periodístico tenía en La Opinión. Ganó Paco (qué pena que él nunca lo supo, quizás debíamos prohibir estos escritos de obituario por llegar siempre con retraso).

Pero la razón de que admiráramos su estilo es simple. Él no transcribía; él entendía. Y una vez entendido, escribía. Llámenlo empatía, comprensión; yo prefiero llamarlo Periodismo.

Y si en periodismo era un narrador admirable, en persona se superaba con creces. Ahí brotaba su anecdotario, siempre capaz de despertar la atención de cuantos les rodeaban, ya fuera de nazis escondidos en Molina de Segura o de los nombres soviéticos de sus abuelos. Entre risas, con una vasta cultura de fondo (siempre envidié sus conocimientos geográficos), Paco se ganaba al público.

Él, que nunca quiso, que no se atrevió a ser una persona pública. Tenía méritos para hacerlo. Él no era de hablar mucho ante grandes auditorios. Mejor un segundo plano. Porque, al fin y al cabo, todos sabemos que las cosas importantes se dicen siempre en privado. No era un periodista de los de antes, era un periodista de los que están por llegar.

Hoy mi pecho es un bloque de hielo donde retumban los golpes. Hoy las lágrimas empañan el papel que escribo, porque sé que Paco se ha ido. Y maldigo todos los obituarios, uno a uno, porque todos hablan de que se van buenas personas. Y, me dice una amiga común, entonces qué decimos ahora que de verdad se ha ido un hombre bueno, qué podemos contar los periodistas…