La gola de Marchamalo que el Gobierno regional pretende dragar para facilitar la salida al Mediterráneo de la bolsa anóxica a la que se culpa de la muerte de los peces del pasado mes de agosto es una de las más antiguas que se conservan en el Mar Menor, aunque en los 246 años transcurridos desde su apertura ha permanecido inutilizada largos periodos.

A pesar de los esfuerzos de los pescadores por aprovechar los canales abiertos al Mediterráneo para instalar sus encañizadas en la desembocadura, la fuerza de los temporales no solo aterraba las golas, sino que también provocaba roturas de La Manga, que eran aprovechadas para abrir nuevos pasos.

Francisco Javier Olmos, autor del libro Las artes de pesca artesanales en la laguna del Mar Menor, cuenta que «el temporal de 1869 rompió La Manga abriendo un gran tollo junto al paraje que llamaban la Poza de las Zorras», que tardó meses en cerrarse.

Aquel temporal, que se produjo la Noche de Difuntos, «no solo abrió grandes tollos en la barra de La Manga, sino que provocó la tragedia en el faro de las Islas Hormigas, destruyéndolo y acabando con la vida de la mujer del farero y de tres de sus cuatro hijos».

Cuando el municipio de Murcia tenía puerto de mar

El autor, además de hacer una recopilación de sus investigaciones sobre la pesca en el Mar Menor, ofrece una crónica de la historia de la laguna salada, que fue conocida anteriormente como Albufera de Cabo de Palos. Hasta sus playas llegaban los dominios del Concejo de Murcia, que quiso tener su puerto de mar en Los Alcázares.

También da cuenta de las disputas que han mantenido las ciudades de Murcia y Cartagena por la pesca en el Mar Menor, cuya jurisdicción se repartían hasta que en 1836 se constituyeron los ayuntamientos de San Pedro del Pinatar, San Javier y Torre Pacheco y la capital de la provincia se quedó sin salida al mar. Los Alcázares, que formó parte del término municipal de Torre Pacheco, se emancipó en 1983 y desde entonces tiene ayuntamiento propio.

Olmos asegura que «hasta el último cuarto del siglo XIX, la laguna presentaba unos índices de salinidad por encima del 60%», que la convertían en «un medio difícil de colonizar para la mayoría de especies, tanto vegetales como animales» y reducían su fauna a «todas las especies de mújol» y poco más.

Sin embargo era tan apreciado, que «en 1378 se puntualiza que el mújol de Guardamar es de peor calidad que el del Mar Menor -lo que se repite en el siglo XV-, por lo que una y otra vez el precio del mújol cogido en la laguna es mayor en el coto concejil (de Murcia) que el capturado en otros lugares».

A pesar de las continuas entradas de agua del Mediterráneo, la salinidad superaba el 60% a finales del XIX

El libro de Francisco Javier Olmos, que fue presentado el pasado julio, apenas unas semanas antes de la crisis que provocó la muerte de 15 toneladas de peces, explica que con la tempestad de 1869, «como otras veces en anteriores roturas de la restinga tras los temporales, se produjo una bajada de la salinidad que dio lugar a «la colonización» de otras especies: «magre, zarpa, dorada, lobarro, anguila y lenguado».

Ante el debate abierto ahora sobre el dragado de Marchamalo, el autor se muestra totalmente en contra de los planes del Gobierno regional, porque considera que una nueva caída de salinidad supondría la práctica desaparición de las condiciones del Mar Menor.

Recuerda que la llamada gola de la Constancia y después de Marchamalo fue abierta en 1775 tras la autorización real concedida a la Congregación del Hospital y Santa Caridad de Cartagena, después de un frustrado intento de abrir otra algo más al norte. En 1778 un temporal la cerró y en 1784 otro causó destrozos en la encañizada, por lo que en 1790 fue abandonada.

Las tormentas y el abandono que ha sufrido durante siglos han puesto a prueba la supervivencia de la encañizada de Marchamalo, que «en 1956 se encontraba aterrada por completo». Sin embargo, con la urbanización de La Manga se consolidó el canal tal y como está ahora.