Es la parte más cruel de la pandemia del coronavirus en la Región de Murcia. Los centenares de mayores que han perdido la vida tanto en residencias como en hospitales a causa de la covid representan un auténtico guantazo de realidad que ha supuesto la entrada en nuestras vidas de una enfermedad que nadie esperaba que irrumpiera con tanta violencia hace ahora prácticamente un año. 

Pocos se imaginaban el pasado 8 de marzo, cuando a primera hora de la mañana se anunció el primer caso positivo por covid diagnosticado a una mujer que visitó la Región que el virus se iba a colar de lleno en estos espacios e iba a acabar con la vida de este grupo vulnerable: uno de cada cinco fallecidos en la Comunidad desde el inicio de la pandemia fueron usuarios de residencias murcianas. En total, la Consejería de Política Social cifra en 315 los decesos registrados en estos centros desde marzo hasta el día de hoy: 66 perdieron la vida en la primera ola, 134 en la segunda y 115 en la tercera. Un año trágico para todo el mundo, pero sobre todo para las residencias.

El primero de ellos se registró en la residencia Caser, ubicada en la pedanía murciana de Santo Ángel. Esta residencia fue tristemente conocida por tratar de ocultar el caso sospechoso de un hombre de 85 años que finalmente acabó falleciendo. Este geriátrico fue el más golpeado por la covid durante los primeros meses de la crisis sanitaria y los muertos se contaron por decenas. 

Tras el verano, el coronavirus volvió a entrar de lleno en otras residencias, como la de Ballesol (Molina de Segura), también gravemente afectada durante la segunda ola de la pandemia; o Amavir (Cartagena) y San Isidro (Yecla) en la última ola que seguimos padeciendo, entre otras. La crueldad del virus ha provocado que en el último año los mayores internos en estos espacios no hayan podido tener o sentir todo el calor de sus familiares que necesitaban. El confinamiento provocó que estuviesen meses sin poder interactuar con sus seres queridos, encerrados en las instalaciones, y, con la desescalada, una vez que se permitieron de nuevo las visitas, se prohibieron los besos y los abrazos ante el posible riesgo que supondría contagiar a una de estas personas vulnerables. Nuestros mayores representan el mayor patrimonio humano de sabiduría y experiencia de la vida y la pérdida de cada uno de ellos ha roto a cada una de sus familias que, en muchas ocasiones, no han podido siquiera despedirse de ellos en condiciones que hasta hace un año considerábamos normales.

 Pero hay motivos para el optimismo y para mirar al futuro todavía con esperanza. Tras un año negro, lo cierto es que en estos momentos no hay ningún usuario que haya dado positivo en las 116 residencias de la Región. Y las principales ‘culpables’ han sido, sin duda, la llegada de la vacuna y la rápida inmunización de este grupo vulnerable, así como de los trabajadores que han estado cuidando y velando por ellos en cada momento. 

La Región fue la primera comunidad en culminar la vacunación de los centros residenciales de mayores y de personas con discapacidad, así como algún centro de día que comparte instalaciones con residencias desde el inicio de la campaña a finales del mes de diciembre. Diez días se tardó en administrar la primera dosis y otros diez la segunda.