Luis López Carrasco era tan solo un niño cuando en 1987 se inauguró -tras una ambiciosa remodelación- la actual sede de la Asamblea Regional. En su colegio, la puesta de largo del remozado parlamento autonómico, sito en Cartagena, se celebró repartiendo entre los estudiantes unas láminas para colorear la icónica fachada diseñada por el arquitecto local Rafael Braquehais; una inocente tarea que, sin embargo, gravó a fuego en la memoria de aquel joven murciano la efigie del edificio que preside el número 53 del Paseo Alfonso XIII de la ciudad portuaria. No es de extrañar, por tanto, que cuando apenas cinco años después las televisiones emitieron los vídeos y fotografías de la Asamblea en llamas, aquellas simbólicas imágenes se alojaran de manera casi clandestina en la mente del hoy cineasta, del director de moda en este todavía temprano (y raro) 2021.

De aquello han pasado ya casi treinta años; toda una vida para López Carrasco (Murcia, 1981), pero apenas un suspiro para esta joven democracia. «Entonces, ¿por qué absolutamente nadie se acuerda de un hecho tan simbólico como es la quema de un parlamente autonómico?», se pregunta el realizador. Responder a esa cuestión fue su principal «estímulo» para rodar El año del descubrimiento (2020), merecedora de una docena de reconocimientos a nivel internacional -en Tesalónica, Toulouse y en el prestigioso Cinéma du Reel de París, entre otros- y protagonista de la recta final de la temporada de premios en España con un Forqué ya bajo el brazo (Mejor Documental), cuatro nominaciones a los Feroz y otras dos a los Goya.

«Estoy supercontento. Muy feliz de que las historias de la Región se estén compartiendo, de que estén apelando a la gente de muy diversos sitios -de Sevilla, donde logró el premio del jurado, a Corea y Japón-, pero también muy satisfecho por abrir camino para el documental al haber logrado 'colar' una cinta tan 'particular' como esta en las galas de la industria», reconoce el murciano, profesor de Comunicación Audiovisual en el campus de Cuenca de la Universidad de Castilla-La Mancha. Y es que El año del descubrimiento se escapa de los márgenes del cine comercial: más de tres horas, montaje partido durante todo el metraje, grabación con cámaras de la época -finales de los ochenta, principios de los noventa- y prácticamente un solo escenario... «Es bastante atípica, sí, y por eso es tremendamente emocionante que estemos nominados -además de a Mejor Documental- a Mejor Película Dramática, Mejor Dirección y Mejor Guion en los Feroz, o a Mejor Montaje en los Goya», apunta el director, al que todavía le cuesta asimilar toda esta avalancha de reconocimientos y buenas críticas: «Es difícil de procesar... Supongo que dentro de un tiempo podremos valorar mejor todo lo que nos está pasando, pero ahora mismo llega un punto en el que ya no sabes ni qué cara poner cuando recoges un premio», confiesa entre risas.

La clave de esta vorágine de alabanzas a lo largo y ancho del globo es que, pese a sus 'particularidades', El año del descubrimiento ha conseguido conectar, no solo con la crítica, sino con el público general; un objetivo «extraordinariamente difícil» dada la naturaleza del filme, pero que tanto López Carrasco como su productor, Luis Ferrón, se marcaron casi como innegociable incluso antes de comenzar el rodaje. «No sabíamos si sería en salas, en plataformas de streaming o si tendríamos que esperar a 2030, pero confiábamos en que la película tendría cierto éxito comercial», asegura orgulloso López Carrasco, que cuenta como gran baza con su capacidad para interpelar al espectador actual. Porque la cinta no se limita a recrear las revueltas que en febrero de 1992 provocaron el incendio de la Asamblea Regional en Cartagena, sino que busca las cenizas que hacen que hoy, todavía, huela a humo. «En determinados barrios de la Región -igual que en otros muchos sitios de España- todavía perdura esa sensación de abandono por parte de las instituciones; un sentimiento que no solo genera tristeza, sino también rabia, lo que hace que haya personas que puedan aproximarse, por pura desesperación, a la ultraderecha», subraya López Carrasco, quien lamenta el escaso interés de la Consejería de Cultura en el proyecto.

En cualquier caso, y aunque El año del descubrimiento todavía no le permite pensar en nuevos retos cinematográficos, López Carrasco tiene clara cuál es su misión -presente y futura- como realizador: «Entiendo el cine como una manera de acercarnos a sucesos desconocidos del pasado que nos ayuden a entender la complejidad del presente». Y, dado que nadie en la industria es ajeno ya a aquel febrero del '92 en Cartagena, parece que marcha por el buen camino.

La respuesta

Como buen estudioso, López Carrasco busca respuestas a preguntas complejas. La suya, la que derivó en El año del descubrimiento, fue por qué nadie recordaba ya la quema del parlamento regional.

Esta es su conclusión un año después de estrenar el filme en festivales: «Ocurrió con la quema de la Asamblea Regional y ocurrió con tantísimas acciones y movilizaciones muy cruentas que fueron diarias durante toda la década de los ochenta; en ocasiones, incluso con muertos, como en la primavera de Reinosa. Se perdieron cientos de miles de empleos por todo el territorio nacional, de norte a sur y de este a oeste, pero esas crisis solo se recuerdan en los barrios obreros que sufrieron la reconversión. Yo creo que nadie que no lo viviera de forma directa quería mirar en esa dirección, ni solidarizarse con esas situaciones porque estábamos viviendo el espejismo de que todos nos habíamos convertido de repente en clase media y esas cosas les sucedían 'a otros'. Además, era un año de celebración y todas las miradas estaban puestas en las Olimpiadas y la Expo de Sevilla».