«Entierros no se han dejado nunca de hacer, solo es que desde el lunes ya pueden entrar quince familiares», explica la administrativa del cementerio de Nuestro Padre Jesús, en la localidad murciana de Espinardo. Ramos de flores secas sobre lápidas sucias destacan en un camposanto que une, a su silencio habitual, el hecho de haber estado semanas cerrado, ante el confinamiento impuesto por decreto debido a la pandemia de coronavirus, que paralizó la vida de la gente. Ahora, con la Región de Murcia en fase 1, el cementerio volvía a abrir sus puertas y a recibir a personas que por fin podían volver a estar con sus difuntos.

«Tengo aquí a mi padre, a mi madre, a mi hermano y a mi suegro», explica Eulalia, que acude al camposanto con su hija Rosa. Preguntada por qué siente al poder regresar, la mujer expresa que «mucha alegría, hija». «Bien lo sabe Dios, por mi madre y mi hermano», precisa la vecina, al tiempo que rememora que su progenitora fue atropellada mortalmente cuando iba en su pequeño vehículo para minusválidos.

«Rosica, ya puedes empezar a limpiar, que mira como está el abuelo», indica Eulalia a su hija, junto a la tumba de su ser querido. «La lejía es que hace milagros», comenta la mujer, que ha comprado orquídeas para adornar las lápidas de sus difuntos.

Francisco, sentado en un banco, mientras José, al fondo, limpia las tumbas. Israel Sánchez

«Ya muy alegre», apunta, por otro lado otra mujer, también Rosa, ante la pregunta de cómo se siente. Esta vecina de Murcia, que visita de nuevo el camposanto junto a su esposo, Pepe, quiere visitar y limpiar la tumba de su madre, fallecida en 2018 Y es que «el 14 de marzo era su santo, el 5 de abril era su cumpleaños y luego vino el día de la madre», manifiesta la mujer, que estaba «deseando de que abrieran» el cementerio.

Su marido, a su lado, apostilla que «en la primera fase solo pueden entrar 25 personas» en Nuestro Padre Jesús, algo que, a su juicio, «roza lo absurdo».

Mientras Pepe y Rosa caminan, flores en mano, a la tumba de su madre y suegra respectivamente, José García se afana en limpiar la figura que adorna la tumba de «la abuela», comenta. «Muchas ganas teníamos de ver a la abuela y poder limpiar la tumba», detalla el hombre. A poco metros de él, sentado en un banco, un anciano con mascarilla. García explica su historia: detalla que se trata de su jefe, Francisco, al cual «le dio una parálisis cerebral». Desde entonces, José García le cuida.

«Somos unas personas que veníamos todos los días» al cementerio, aunque «dejamos de venir» cuando se cerró por el confinamiento, concreta. García sonríe ante el hecho de que «reluzcan las tumbas otra vez», a lo que añade que «la de los vecinos se las limpio yo también, está mañana estaban todas que daban pena».

Abre el cementerio de Espinardo y abre también el quiosco de flores de la puerta. «La mañana ha sido más de visitas que de compra de flores», apunta José Martínez, que regenta un puesto en el que «lo que más se está vendiendo es margaritas y claveles». El hombre está contento de volver, tras dos meses cerrado, «a vender flores, que es lo más bonito que hay».

«Abrimos el lunes y ya estamos trabajando normalmente. El lunes sí hubo gente y, como hace poco fue el Día de la Madre, fue bastante gente a limpiar las lápidas», resalta José Martínez, enterrador de San Clemente de Lorca. En otras localidades, como Mazarrón, los cementerios permanecen cerrados y está prevista su reapertura para la semana que viene, indican desde el Consistorio. En Cartagena tampoco abren.

"Me pregunto si es real"

«Cabreada y con un cúmulo de sensaciones que no sabes por dónde llevar». Así se siente Dolores Gómez Caravaca, que en marzo enterró a su padre, interno de una residencia de Murcia y fallecido con coronavirus.

No poder ir al cementerio «se lleva mal, porque yo vi a mi padre el 8 de marzo y ya no más», indica la mujer por teléfono a LA OPINIÓN. Sobre el proceso de duelo, comenta que «hay días que lo llevo un poco mejor; otros días, mal». En breve prevé ir al cementerio de Guadalupe y «limpiar» la tumba.

«Es distinto a otras veces, porque a mí me falleció mi madre y al año justo me falleció mi hermano, mi madre en mi casa y mi hermano en la Arrixaca, pero estuve con ellos hasta el último momento», apunta Gómez Caravaca. «Hasta yo a veces me pregunto si es real que mi padre es el que ha fallecido: como no lo has visto...», confiesa.