El reloj de la peluquería de señoras de Javier Alcaraz se quedó sin pilas el 30 de marzo, en pleno confinamiento. Ayer, mientras su maquinaria continuaba detenida en esa fecha, la actividad volvía al local en el primer día de la fase 0y se comenzaba a arreglar el pelo de las clientas, al tiempo que otros muchos negocios se atrevían a levantar la persiana.

Alcaraz, desde su negocio en Cartagena, señalaba que están contentos porque el teléfono no ha dejado de sonar para pedir cita, pero que «hemos tenido que reducir el número de puestos a la mitad y quitar la zona de espera, pero lo mejor es que estamos en marcha».

En su tienda de cortinas, Emilio Ros explicaba que «he abierto con miedo pero la verdad es ya recibido algún pedido y mañana no abriré porque tengo que ir a colocar un encargo a una casa».

Esta moderada alegría no se ha contagiado a otros sectores como el de la hostelería, ya que aparte de algún arreglo puntual para prepararse para cuando puedan abrir las terrazas, solo se veía actividad en los negocios en los que ya se trabajaba repartiendo comida a domicilio.

Después de dos meses de silencio, y aunque normalmente nos parecen muy molestos, los ruidos propios de las reformas en casas vacías, se volvían a escuchar. Pedro Solano, trabaja en una empresa de fontanería y señalaba que «han sido dos meses muy duros. Afortunadamente tenemos este trabajo que nos va a llevar tiempo y esos nos tranquiliza».

Sin embargo, la realidad es que en Cartagena la gran mayoría de los negocios permanecen cerrados, a la espera de que la semana que viene comience la fase1y se pueda tomar de forma mucho más precisa el pulso a la situación económica que va a dejar la crisis provocada por el coronavirus en la ciudad portuaria.

«Hay que ir cogiendo ritmo»

José Valcárcel levantaba un rollo de cinta elástica blanca: «Esto es lo que más se está vendiendo, la gente lo compra sin parar para arreglar las mascarillas». En la puerta de la mercería María Luisa Hueso, calle Alejandro Séiquer, la cola crecía con el paso de los minutos. «Desde que supimos que hoy se podría estamos hablando con proveedores, y la verdad es que al principio nos ha costado, pero confiamos en que la actividad se vaya normalizando».

Unos metros mas allá, Encarna Arqués señalaba la alfombra desinfectante que precede a la puerta de Benthos, un salón de belleza en el que no deja de sonar el teléfono. «Se nos está acumulando lista de espera», decía. «Algunas de las medidas de seguridad que hay que aplicar [atención individualizada, distancia entre trabajadores, dos limpiezas con desinfectante al día, horario con preferencia para los mayores de 65 años, gel desinfectante y mascarillas en la entrada] nosotras las teníamos ya desde antes de esto, así que lo que más notamos es el volumen de trabajo. Antes trabajábamos cuatro personas y despachábamos veinte citas al día. Ahora, bajo mínimos,vamos a tener suerte si llegamos a las diez», contaba.

Mientras Montse Navarro apuntaba una cita en su agenda, un electricista llamaba al timbre de Momo boutique, la tienda de ropa que regenta. «Cuando se anunció el cierre bajé los kilowatios que tenía contratados, y, claro, hoy lo he encendido todo y a los diez minutos me he quedado sin luz», contaba entre risas. «Al principio no puedo negar que sentí miedo -continuaba-, pero eso ya ha pasado. Voy a dejar de usar mascarilla y voy a ponerme una mampara facial para que los clientes me vean sonreír. Eso es importante». Según Montse, el negocio textil en los próximos meses va a venir en forma de arreglos: «¿Qué va a pasar con todas esos trajes de comunión que ahora no le van a caber a las niñas?».

Desde el mostrador de la tintorería La Japonesa, David López apuntaba que la reapertura «está yendo mejor de lo que pensaba». «Y lo necesitamos -continuaba-, porque no hay negocio que no note estar dos meses cerrado». José Martínez, de la libería Ramón Jiménez, aprovechaba para recordar que «el pequeño comercio es el que da vida a una ciudad. Si después de esto seguimos todos comprando en Amazon, nos hundimos».

En los bares reina la incertidumbre. Muchos esperarán a la fase 1, en la que presumiblemente podrán usar la mitad de sus terrazas, para levantar la persiana. Otros, como El Parlamento Andaluz, han decidido abrir para la recogida de comidas: «Estamos a la expectativa, esperamos que esto funcione», apuntaba Jon Munera, el encargado.