Aboga usted en su libro por un nuevo contrato social. ¿Tan rota está la sociedad actual?

La sociedad está rompiéndose. Basta con mirar los resultados electorales en los distintos países de nuestro entorno, así como la deriva general hacia el populismo y el autoritarismo, para comprobar que el tradicional modelo representativo vive una profunda crisis, pues gran parte de la población no ve en él respuestas a sus problemas y miedos. Ante esta situación, defiendo la necesidad de un nuevo modelo de convivencia, un nuevo contrato social.

¿Y qué cláusulas tendría ese nuevo contrato social?

Ese nuevo contrato social buscaría una revalorización de lo mejor de la herencia político-económica occidental, esto es, el liberalismo político y la socialdemocracia económica, junto con una adaptación de estos valores a las circunstancias del presente. Por destacar un par de aspectos del mismo, defiendo la apertura total de fronteras para rejuvenecer una Europa cada vez más vieja y enrocada en sí misma, así como la puesta en práctica de nuevos derechos sociales como una renta perpetua para aquellos trabajadores expulsados del mercado laboral, pero también insisto en considerar los valores liberales como irrenunciables, pues no son una opción ética o moral sujeta a relativización cultural, sino el fruto del acervo de cientos de años de experiencia política.

¿Hacia dónde vamos ahora, con el populismo en auge en todos los países de Europa y la posibilidad de que Donald Trump sea presidente de EE UU?

El futuro es oscuro. El populismo ha venido para quedarse. Al menos durante una temporada. Independientemente de que Trump, Le Pen u otros como ellos triunfen o fracasen, sus votantes están ahí y seguirán estando y creciendo en número. La dinámica de la mundialización alimenta el populismo. No lo busca, pero es uno de los resultados que provoca. Tarde o temprano el populismo, se llame como se llame su líder, se hará con el poder en la gran mayoría de los países. No será para siempre, pues no hay mal que cien años dure, pero sucederá y lo veremos.

Narra usted usted en su libro y habla constantemente con Churchill, el nombre que le da a su perro. ¿Qué cree que pensaría el histórico líder británico ante la situación que vive actualmente el mundo?

Churchill fue tal vez junto con Roosevelt el gran pilar sobre el que se sostuvo la democracia en su momento de mayor zozobra hace casi 80 años. Eso lo hace merecedor de un gran respeto y admiración. No cabe duda. Pero como hijo de otro tiempo que era, dudo que muchas de sus ideas nos gustaran en el presente.

Conoce usted de primera mano el proceso de paz en Colombia. ¿En qué situación está tras el ‘no’ en el referéndum?

En el limbo, junto con los paganos ilustres y los niños muertos sin bautizar. El ‘no’ fue un resultado totalmente inesperado. Buenos amigos que hablaron en privado con el expresidente Uribe me dijeron que la semana de la votación les dijo que no creía que ganara el ‘no’. ¡El gran promotor del ‘no’ y ni él creía en la victoria! Semanas antes del plebiscito, el presidente Santos llegó a sugerir que si ganaba el ‘no’ poco menos que se desataría el caos. No ha sido así, de momento. Continúan las negociaciones, ahora con otros actores políticos implicados, lo cual me parece bastante inteligente si se quiere que el acuerdo definitivo perdure en el tiempo, pero a día de hoy no creo que haya nadie sensato que realmente pueda atreverse a decir qué pasará. Pecando de insensato, pienso que habrá un nuevo acuerdo con nuevas concesiones por ambas partes, posiblemente no se someterá a otro plebiscito, sino que lo ratificarán las propias instituciones.

¿A qué achaca el resultado de la consulta?

Múltiples factores. Desde la oposición de Uribe hasta el rechazo que generaron en la población evangélica determinadas interpretaciones del Acuerdo de Paz en relación con la comunidad LGTBI. Colombia es un país complejo y resulta imposible achacar el resultado a una sola causa. No hay que desdeñar el rechazo que el presidente Santos genera en gran parte de la población, la indiferencia, si no repudio, que muchos colombianos sienten hacia un sistema político que consideran corrupto y clientelar e, incluso, que por el gran granero de votos del ‘sí’, la Costa Caribe, pasara el día de la votación un huracán que impidió a muchos ir a votar. A título de experiencia personal, diré que en Colombia no es rara la compra de votos y el día de la votación hubo alguna que otra figura que en buena lógica debería haberse posicionado con sus recursos a favor del ‘sí’ y que se quedó en casa.