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Los últimos porteros de Cartagena resisten ante las nuevas tecnologías

Apenas una decena de profesionales mantienen el oficio tradicional en el centro 

El trágico incendio de Valencia ha rescatado un puesto de trabajo que es más que organizar el correo y evitar visitas incómodas

Asensio Albaladejo (i.), en el vestíbulo del edificio España | IVÁN J. URQUÍZAR

Asensio Albaladejo (i.), en el vestíbulo del edificio España | IVÁN J. URQUÍZAR / salvador gonzález

«Bajé rápido desde mi casa avisando a los propietarios para que supieran que había un incendio en el edificio y desde el sexto hacia el vestíbulo ya no se veía nada». Así recuerda Asensio Albaladejo las consecuencias del fuego que se originó en el cuadro de contadores del Edificio España, en el número 59 de la Calle del Carmen en noviembre de 2019. Lleva 16 años trabajando como portero en el inmueble y el trágico incendio de un edificio en Valencia hace apenas una semana, en el que murieron 10 personas, le ha hecho revivir aquel momento.

"Trabajaba de albañil y no me lo pensé dos veces cuando me ofrecieron el puesto"

«Aquí afortunadamente no ocurrió nada, pero los momentos fueron de bastante angustia», dice mientras le presta una llave a uno de los inquilinos de las 47 viviendas que tiene el edificio. «Mi mujer llevó a algunos vecinos a la terraza y a mi me echó la bronca el jefe de los bomberos por bajar atravesando el humo, pero es lo que me salió», sostiene.Y es que, Asensio no habla de inquilinos cuando se refiere a los propietarios y ocupantes de las viviendas que él debe atender como portero del inmueble, sino que para él son algo más que vecinos. Es uno de los pocos porteros que aún resisten en el centro de la ciudad. En total, apenas una decena. Es un trabajo que es más que organizar el correo y evitar visitas incómodas, pero que con la llegada de las nuevas tecnologías se encuentra en vías de extinción. «Son ya 16 años viviendo aquí y aunque haya una relación de trabajo la confianza y el día a día han hecho que tengamos una confianza máxima y que sepan que pueden contar conmigo para lo que quieran», sostiene.

Andrés Avilés, guardián del antiguo edificio Banesto, durante uno de sus ratos de lectura. | IVÁN J. URQUÍZAR

Andrés Avilés, guardián del antiguo edificio Banesto, durante uno de sus ratos de lectura. | IVÁN J. URQUÍZAR / salvador gonzález

Por eso no dudó en dejar su trabajo anterior, de albañil, cuando apareció la oportunidad de trabajar como portero. Incluso se trasladó junto a su mujer, que también se ocupa de la portería a media jornada, a la vivienda que la Comunidad puso a su disposición en el edificio, pese a contar con casa propia en Molinos Marfagones.

Una rara avis como Andrés Avilés, que se ocupa de las 18 viviendas del antiguo edificio Banesto, en la calle Jara 34, durante los últimos 33 años. Una silla y una pequeña mesa junto a los ascensores es su puesto de trabajo. Sobre el escritorio, un libro: ‘La espada de los secretos’. «Es mi día a día, leer y controlar lo que pasa en el edificio y fuera», afirma. Apenas cinco minutos hablando con él y es evidente. Dirige a unos chavales a un conocido abogado con despacho en una calle próxima e incluso alerta a un repartidor de que se ha dejado el freno de mano sin poner y el camión se encamina a la plaza San Sebastián.

"El respeto y la confianza son fundamentales para que todo vaya bien con los vecinos"

«Son muchos años aquí y muchas anécdotas, buenas y malas», recuerda. Sobre el incendio de Valencia, sostiene que la labor del portero fue la de quien sirve al edificio, como él. «Conocemos los hábitos de la gente, su situación, y nos convertimos en un vecino más», celebra, aunque en ocasiones les toca lo más amargo. Andrés recuerda un suceso trágico vivido en el edificio y cómo fue él el encargado de identificar a un vecino ante las autoridades.

Pero son más las anécdotas buenas y la satisfacción de hacer la vida más fácil a sus vecinos. «Somos como una familia», dice.

Los últimos porteros de Cartagena resisten ante las nuevas tecnologías

Los últimos porteros de Cartagena resisten ante las nuevas tecnologías / salvador gonzález

La portería de José Ángel Soler es distinta. «Es una gran responsabilidad porque trabajas en un edificio histórico de la ciudad y debes dar una imagen acorde», asegura. Lleva 24 años trabajando en el vestíbulo del Gran Hotel, aunque del antiguo complejo de hospedaje ya no queda nada en su interior, apenas el espacio y la barandilla de la escalera. «Aquí ahora mismo hay 30 oficinas y el trabajo es distinto a una portería habitual», indica, añadiendo que desde su puesto se ocupa de organizar el coreo y entregarlo, así como de mantener el vestíbulo en condiciones, «porque el Gran Hotel es el Gran Hotel».

Cambio de tareas

El oficio de portero siempre ha ido acompañado de pequeños arreglos en las viviendas de los propietarios, pero eso ha cambiado. Aún así, José Ángel recuerda una anécdota en la que manipulando un cuadro de luces de una de las oficinas, un cable mal conectado hizo que le diera una descarga y saliera despedido varios metros. «Fue como en una película», recuerda con gracia.

"Cuidar el Gran Hotel es un privilegio, pero también es una responsabilidad"

Ese cambio de tareas también provoca que el oficio esté en vías de extinción. Los tres reconocen que dudan de que su puesto de trabajo se mantenga cuando ellos lo dejen. En el caso de Andrés, con 59 años, su jubilación está cercana. «Ya he dicho a la Comunidad que la casa que uso yo aquí la vendan para generar dinero que sirva para pagar parte del arreglo de la fachada que está en marcha y es costoso». Por su parte, Asensio confía en seguir conviviendo con sus vecinos muchos años más, aunque los videoporteros son una amenaza real. «Estoy encantado con los vecinos y ellos conmigo», afirma mientras saluda a una madre y su hija que entran en el edificio.