Un grupo de científicos estadounidenses de la Universidad de Miami señala que el personal sanitario, independientemente de su sexo, tiende a no tomar tan en serio el dolor de las mujeres como el de los hombres.

Según el estudio, consideran que debido a la falsa creencia de que las mujeres expresan o exageran el dolor con más facilidad, los sanitarios suelen subestimar el daño en ellas y sobrestimarlo en ellos.

Este sesgo, dicen, puede incluso llegar a influir en el tratamiento. Hasta el punto de que, mientras que a las mujeres es frecuente que les recomienden un tratamiento psicológico, a los hombres se les proporciona inmediatamente una medicación analgésica.

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Los médicos consultados por BuscandoRespuestas niegan la mayor

Es unánime la opinión que hemos testado en nuestro país. Y lo es a favor de la resistencia al dolor en las mujeres, que históricamente ha llevado incluso a afirmar aquello de: «si los hombres hubiesen tenido que parir, la humanidad se habría extinguido hace muchos siglos». Y lo habría hecho porque los varones no habrían sido capaces de resistir el dolor asociado al parto.

Y por curioso que pueda parecer, todos los médicos con los hemos puesto en contacto a raíz de este estudio mantienen la opinión de siempre y no comprenden los resultados, salvo que la mentalidad de Miami sea increíblemente diferente a la europea, cosa que tampoco creen.

Igual nos ha ocurrido con las ocho enfermeras de grandes hospitales con las que hemos hablado. Unánimemente aseguran que, salvo excepciones particulares que siempre pueden existir, la experiencia del personal sanitario es justo la contraria:

De la misma manera habla el Académico de Número de la Real Academia Nacional de Farmacia, Catedrático de Farmacología en la UCM y especialista en dolor, Antonio Rodríguez Artalejo.

Pero el doctor Rodríguez Artalejo llega más lejos y rechaza cualquier tipo de generalización sobre el sentimiento y sensibilidad del dolor.

«Existen muchas diferencias entre los seres humanos, y entre ellas también podríamos incluir la manera de sentir el dolor que tiene cada persona. Hay personas más sensibles al dolor que otras y eso no las convierte necesariamente en más quejicas o blandas. Realmente lo sienten así».

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¿Se puede medir la intensidad del dolor?

Pues hasta hace poco tiempo los investigadores lo hacían casi exclusivamente de una forma totalmente subjetiva. Consistía en preguntar al paciente qué valor le daba al dolor que estaba padeciendo dentro de una escala del 1 al 10.

Completaban esta valoración mediante la recogida de una serie de datos más objetivos. Por ejemplo, en el caso de un individuo que se quejaba de un fuerte dolor lumbar, miraban si podía o no erguirse, caminar, levantar las piernas…

Pero hoy en día es posible observar las reacciones que provoca el dolor en nuestro cerebro, gracias a las técnicas de imagen cerebral.

Los investigadores tienen bien identificadas las estructuras cerebrales y algunas de las modificaciones que experimentan cuando un sujeto siente dolor. Y la magnitud de esas modificaciones permite a los especialistas medir de alguna manera la intensidad del dolor.

Doble estudio

Entonces ¿Qué han hecho en la Universidad de Miami?

Pero en el estudio realizado al que hacemos referencia en este artículo, los sanitarios recurrieron a otra fórmula, con doble observación.

Por un lado visualizaron una selección de vídeos de 50 pacientes reales que sufrían dolor de hombro. En las imágenes aparecían estas personas realizando una serie de ejercicios de amplitud de movimiento. Por otro, los profesionales de la salud también contaban con un escrito de los pacientes declarando su nivel de dolor.

Además, los sanitarios contaron con una cuantificación externa de ese dolor a través del Sistema de Codificación Facial (Facial Action Coding System o FACS), que describe todos los movimientos faciales visualmente perceptibles.

Analizadas las caras, los investigadores proporcionaron a los médicos una puntuación «objetiva» de la intensidad de estas expresiones faciales o gestos de dolor. Y con estos datos los sanitarios, estimaron el dolor en una escala numérica, calificando también la expresividad de los afectados.

Las conclusiones fueron claras: en comparación con la calificación del dolor del propio paciente, los observadores subestimaron sistemáticamente el dolor de las mujeres y sobreestimaron el de los hombres.

Para intentar una mayor validez del estudio, los científicos repitieron la primera parte, pero ahora con 200 participantes y pidiendo a los sanitarios que rellenaran un cuestionario adicional. En este caso era un test que mide los estereotipos de género sobre la sensibilidad al dolor, denominado Gender role expectation of pain (GREP).

Los resultados demostraron que el daño de ellos era estimado de forma más alta, pero por aquellos que habían respondido en el test que el hombre soporta mejor el dolor que la mujer.

Hallazgos respaldados

Una de las autoras del estudio, Elizabeth Losin, profesora adjunta de psicología y directora del laboratorio de Neurociencia Social y Cultural de la Universidad de Miami, explica en Science Daily que la idea de estudiar las disparidades en la percepción del dolor según el sexo de un paciente se derivó de investigaciones anteriores.

Así, un estudio realizado en 2016 aseguraba que:

los profesionales sanitarios prescribían un simple tratamiento psicológico a las pacientes con dolor crónico porque creían que eran más propensas a exagerar su dolor.

A los hombres que se encontraban en la misma situación, sin embargo, sí les proporcionaban un tratamiento analgésico.

«Si el estereotipo es pensar que las mujeres son más expresivas que los hombres, quizás ‘excesivamente’ expresivas, entonces la tendencia será descartar los comportamientos de dolor de las mujeres. La otra cara de este estereotipo es que los hombres son percibidos como estoicos, de modo que cuando un hombre hace una expresión facial de dolor intenso, se piensa: ¡Oh, Dios, debe estar muriéndose!», explica Losin.

Este equipo de investigadores asegura que confía en que su estudio sirva de base para identificar y abordar estas disparidades de diagnóstico que se puedan dar según el sexo. Además, manifiestan la necesidad de que este tema sea tratado en la formación de medicina.