Opinión | La Feliz Gobernación
Contrapoderes gubernamentales
El Primero de Mayo consistió en un picnic festivo en nombre de la clase trabajadora a mayor gloria de los gobernantes
Pasaron los carnavales y el entierro de la sardina, pero el mundo sigue estando al revés. Por ejemplo, ayer. La manifestación de los sindicatos de trabajadores la protagonizaron las vicepresidentas del Gobierno y ocho ministros. María Jesús Montero mitineó con más encendida gestualidad que los líderes de UGT y CC OO, quienes con aburrimiento burocrático reprodujeron la letanía política del Gobierno. La escenificación dejó bien claro que estos sindicatos no son contrapoderes reivindicativos, sino meras correas de transmisión del discurso político del actual poder ejecutivo. El Primero de Mayo consistió en un pícnic festivo en nombre de la clase trabajadora a mayor gloria de los gobernantes, una confraternización que parecía querer demostrar que todo va bien, que los trabajadores de este país son felices, importunados tan solo porque la derecha se quiere cargar la democracia por el hecho de preguntar sobre la actividades de una trabajadora llamada Begoña.
Pero los sindicatos no están solos. El Pabellón de España en la Bienal de Venecia tendrá como protagonista a la peruana Sandra Gamarra cuyo trabajo versará sobre las consecuencias de la colonización española, dicen las crónicas que «desde el extractivismo, el patriarcado, el racismo, el neocapitalismo y la invasión», una reafirmación de la ‘leyenda negra’, para entendernos. Estupendo, salvo por el hecho de que la artista se convierte en instrumento del discurso del actual ministro de Cultura. Reproduce al pie de la letra la ‘acción descolonizadora’ predicada por Ernest Urtasun, inspirado en Segade, exdirector del Reina Sofía. La cultura deja de ser independiente y crítica, aparentando que lo es, al convalidar la posición política gubernamental.
Y por si faltaba algo vemos en las tertulias de televisión a prestigiosos periodistas muy complacidos con el sanchismo que avalan la necesidad de regular la actividad de los medios de comunicación so pretexto de las webs de agitación expendedoras de bulos, saltándose la regla que se estableció en la Transición tras la derogación de la franquista Ley Fraga: «La mejor Ley de Prensa es la que no existe».
El mundo al revés, ya digo.
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