Estamos de Cumbres del Clima que nos salimos. La última se acaba de celebrar en Francia, por cierto con el encargado de negocios de la embajada estadounidense en París como mayor representante del Gobierno de Donald Trump. Altísima representación diplomática, como se ve, a la espera de que se consuma la retirada formal de EE UU del acuerdo del clima.

La reunión One Planet Summit se ha celebrado en el segundo aniversario de la Cumbre de París de 2015 que cerró con 195 países, incluido EE UU, el primer acuerdo universal contra el cambio climático hacia el objetivo de que la temperatura del planeta no suba más de dos grados a finales de siglo, y si es posible no más de 1,5.

De nuevo en esta Cumbre, organizada por la ONU y el Banco Mundial, se han escuchado innumerables declaraciones y buenos propósitos procedentes de más de medio centenar de jefes de Estado y numerosos representantes del mundo financiero, grandes empresas y ONGs ambientalistas. También ha habido algunos avances, como el compromiso de las grandes empresas planetarias de empezar a tomarse la cosa en serio o el reclamo a los Gobiernos del G20 (grupo de países desarrollados y emergentes) para dejar de ofrecer a más tardar en 2025 subsidios a los combustibles fósiles.

El principal esfuerzo de la reunión ha sido conseguir dinero para apoyar inversiones globales contra las emisiones contaminantes responsables del calentamiento global, ese fenómeno tan grave que está detrás de tantas incertidumbres y peligros, incluido, estoy casi seguro, el que esta semana los agricultores murcianos hayan llenado las calles por culpa de la sequía.

Sin embargo el balance tras dos años del Acuerdo de París es desalentador. Sin ir más lejos este año 2017 las emisiones globales del planeta, lejos de comenzar a reducirse, han aumentado. Perfecto comienzo para un camino que lleva a estrellarse. Yo suelo ser optimista y así lo comunico en cada ocasión que tengo y en cada Cumbre que me ocupo de comentar; sin embargo en este asunto ya no puedo más que reconocer que me va sonando a la famosa frase de Groucho Marx, «de victoria en victoria hasta la derrota final».

Lo que toca ahora son decisiones mucho más duras y tajantes. ¿Recuerdan ustedes las bombillas incandescentes, esas que gastaban muchísima energía? ¿Y saben cuándo dejaron de verse en nuestras casas? Simplemente cuando las prohibieron. Décadas de mala conciencia colectiva por no apagar la luz de la habitación al salir no habían supuesto ni una mínima fracción del ahorro que se consiguió en poco tiempo al dejar de estar disponibles las bombillas más contaminantes. Lo mismo reclamo ahora con los coches. Ya hay tecnología para el coche eléctrico y en un par o tres de años esa tecnología va a estar al pistón.

Póngase entonces ya, de forma universal y vinculante, un plazo de transición para dejar de vender vehículos que no sean eléctricos. Sólo esto, y decisiones del mismo radical calibre, será capaz de frenar las emisiones de gases de efecto invernadero.