Ya no escribimos como antes. Los avances y las nuevas tecnologías nos hacen la vida más fácil, de eso no hay duda ni tampoco puedo tener queja, pero quizás el mal uso que les damos también nos convierten en un poco más tontos o, al menos, más vagos. No descubro nada nuevo si digo que hay ciertas habilidades que sólo se adquieren y mejoran con la práctica, y desde luego cada vez practicamos menos la escritura, y cuando lo hacemos es de una forma descuidada y poco ortodoxa. Tengo que reconocer que me pone muy nerviosa ver mensajes de whatsapp escritos con gigantes faltas de ortografía (aunque yo también puedo cometerlas en un descuido), pero me cabrea más aún cuando las mismas son premeditadas intentando abreviar o ser más ´cool´, algo especialmente extendido entre los más jóvenes.

El caso es que la posibilidad de escribir a alguien en tiempo real es fantástica, una completa revolución que supone mantener conversaciones en vivo. Pero también provoca que se pierda la magia del correo, del electrónico pero fundamentalmente del tradicional. Si sois de mi generación o de alguna anterior estoy segura de que aún conservaréis en casa alguna caja de zapatos forrada repleta de antiguas cartas de aquellas que enviábamos a familiares, amigos y conocidos para saber de su vida y contarles más sobre la nuestra. Cartas que al abrir el buzón te alegraban el día y con las que soñabas día y noche hasta su llegada. Cartas que muchas veces meditabas concienzudamente antes de enviar, a las que ponías toda tu atención y que releías varias veces para darles el visto bueno. Cartas de o para personas queridas que estaban lejos. Cartas que llegaban en un momento especial o que hacían especial un momento.

La facilidad de enviar y recibir mensajes ha eliminado lo extraordinario de ese momento y de esos documentos. Había cartas que te llegaban de fuera de España con bonitos y curiosos sellos, cartas que incluían una postal, un recuerdo o una fotografía de otro lugar, cartas cargadas de añoranza y las había también llenas de amor y de deseo, de confesiones y de declaraciones.

Dentro de la definición de carta, hay una acepción y/o categoría que siempre ha sido muy especial, son las denominadas cartas de amor.

Aquellas que se escribían entre enamorados, amantes e incluso desconocidos y en las que estos confesaban sus más dulces y callados sentimientos. Las cartas de amor han permitido poner palabras a aquello a lo que uno no se atrevía a decir en persona. Las que intercambiaban las parejas siempre fueron bonitas, pero mis favoritas son aquellas que escribías a un amor furtivo, secreto o aún inconfesado.

Las primeras, porque están cargadas de pasión y sentimientos reprimidos, porque la complicidad del secreto, de lo prohibido y de lo oculto siempre ha sido muy morbosa y porque además muchas veces ésta ha sido la única forma de amarse que han tenido algunos enamorados. Y las últimas, porque dan sentido a miradas y gestos que ocultan el miedo, la vergüenza o la falta de valentía para revelar pasiones. Además, si uno sigue uno de estos intercambios epistolares puede ver como en algunos casos comienzan con tímidos indicios, pero cuando el amante se siente correspondido aumenta el tono de las revelaciones y se descubre en cada una de las misivas una creciente atracción entre remitente y destinatario.

Recuerdo con nostalgia algunas de estas cartas, sobre todo que recibí de adolescente, en las que además te incluían un poema o una canción, para dar más solemnidad aún a sus palabras. De ahí pasamos a los emails, que restaban lo ceremonioso y artesano de la escritura pero que conseguían ilusionar al ver el sobre cerrado en tu bandeja de entrada€ también recibí algunos amorosos.

Hoy lo decimos todo con emoticonos y cada vez que abrimos un buzón no encontramos más que alguna factura.