Mientras las almas cándidas denunciaban los abusos de la prensa amarilla sobre su persona, la princesa utilizaba a los tabloides como punto de apoyo en su estrategia de presión sobre la familia real británica. La concentración obsesiva en los veinte años transcurridos desde el asesinato de Lady Di, porque nos ceñiremos a la versión mayoritaria sobre su muerte, no solo mide su poder de seducción. También refrenda que el planeta lleva dos décadas sin encontrar una sucesora de la mujer que no sería reina de Inglaterra aunque no hubiera muerto, y aunque no se hubiera divorciado del casi septuagenario príncipe Carlos.

Ni Máxima Zorreguieta de Holanda, ni Mary Donaldson de Dinamarca, ni Rania de Jordania, ni Kate Middleton ni otras reinas más próximas han heredado el poder simbólico de Diana. Todas ellas, incluida Letizia de España, poseen una dimensión terrenal que entorpece su mitificación. Tampoco funcionó la gélida Carla Bruni, que ha disecado al minúsculo Sarkozy. Fuera de las democracias coronadas, solo quedan las Kardashian, aunque conviene vigilar a Ivanka Trump.

El añorado Gore Vidal recibió la muerte de Truman Capote con su ya clásico «una buena decisión para su carrera». Dado que se desconoce la evolución de Lady Di durante los últimos veinte años, no puede valorarse el impacto divinizador de su temprano fallecimiento. Sin embargo, Dodi al Fayed era un síntoma de declive progresivo, que podía desembocar en un novio torero durante el tramo que la muerte suprimió a su biografía.

Para los académicos de la iconosfera, Lady Di mostró una astucia sorprendente en el moldeado de su efigie de párpados caídos. Mientras las almas cándidas denunciaban los abusos de la prensa amarilla sobre su persona, la princesa utilizaba a los tabloides como punto de apoyo en su estrategia de presión sobre la familia real británica. Diana cazadora coronó cimas inaccesibles para sus perseguidoras, de ahí que su nostalgia supere en carisma a la actualidad de los VIPs y VVIPs. Qué otra celebridad lograría una foto oficial en Mallorca junto a su esposo y dos pretendientes, todos ellos con trono incorporado. Hasta Giscard d´Estaing, el monarca más perfecto de la Europa reciente, confesó un idilio con la princesa del pueblo, aunque aguardó prudente a que la otra mitad no pudiera desmentirle.

Con su olfato privilegiado, Diana se fabricó una vocación solidaria chic, premiada con un Nobel póstumo. Solo ella logró que se tambaleara la popularidad infinita de Isabel II, la reina que todo ser humano querría tener. Desde la ultratumba, alivió la carga que pesaba sobre los hombros de Camilla Parker Bowles, la hermana mayor del príncipe más longevo de Europa.