Le robo encantado la expresión a Felipe González (para el que los Anguita y Aznar de la pinza al PSOE eran «la misma mierda») para describir una situación que, no por paradójica, deja de ser más sorprendente. Porque si alguien compartía su visión del mundo con los violentos manifestantes que incendiaron las calles de Hamburgo contra el G20, era precisamente uno de sus participantes, el actual presidente de Estados Unidos.

No quiero volver al recurrente dicho de los extremos se tocan, pero si en algo coinciden los radicales de izquierdas y los nacionalistas en este momento de la historia es en el deseo de levantar nuevos muros que nos protejan a unos de otros, provocando de paso la miseria de todos.

Lo entiendo en el caso de los nacionalistas. Al fin y al cabo, el nacionalismo económico sirve sobre todo para cultivar el llamado ´capitalismo de amiguetes´, en el que unos sectores (los mejor conectados con políticos corruptos) tienen la capacidad de levantar barreras arancelarias frente a la competencia exterior, encarecer los precios, enriquecerse ellos y joder de paso a todos los consumidores, que son el común de los ciudadanos.

Lo que no entiendo es que jóvenes altruistas, enemigos de los privilegiados, quieran condenar a la miseria a millones de chinos, indios, mexicanos y, en general, a pobres ciudadanos de países subdesarrollados, que solo podrán escapar de su miseria vendiéndonos a mejor precio lo que nuestros emprendedores locales fabrican más caro, por circunstancias insuperables o pura ineficiencia.

¿Cómo han salido de la pobreza extrema millones de ciudadanos del tercer mundo, permitiendo de paso alcanzar de forma inesperada los grandes objetivos del milenio acordados por la ONU? ¿Gracias a los muros? No, gracias a la libertad de comercio y a la globalización de los mercados. Así que, más comercio y menos mierda, chavales.