Con la perspectiva de pasadas ya dos semanas desde que los alumnos de Primaria hicieran las pruebas de diagnóstico que exige el Ministerio para hacer cumplir la contestada LOMCE, cabe una reflexión, una vez escuchados los que más saben de esto: los docentes. Durante cuatro días, se desplazaron maestros de unos colegios a otros para pasar unas pruebas muy largas, exhaustivas y chapadas a la antigua. Unos exámenes que tienen un carácter informativo y orientador para padres, maestros y colegios, ya que la principal consecuencia de los resultados es que las Administraciones educativas establezcan planes específicos de mejora, ahí vamos listos, ante los malos resultados. Es curioso que en la ley no se contemplen los resultados excelentes. ¡Vaya optimismo! Aunque, seamos sinceros, lo que espera todo el mundo es la publicación del ranking regional de resultados. Por cierto, menudas sorpresas dan colegios públicos o marginales, tan alejados de los recursos materiales y humanos de la concertada. Las dos cosas que más han llamado la atención de estas pruebas del siglo XXI han sido: el escaso uso que hace el alumno en la prueba de las tan cacareadas nuevas tecnologías (usan lápiz, goma y cuestionario tradicional); y la no evaluación de la expresión oral, ni en lengua ni en inglés, un aspecto fundamental y que la propia ley destaca y subraya. ¿Realmente se necesita tanta parafernalia para comprobar el grado en que un alumno/a sabe leer, escribir, expresarse y razonar o resolver problemas de la vida cotidiana como futuro ciudadano/a?