Ya tenemos una explicación a la posverdad y los ´hechos alternativos´. Esa invención mágica de Kellianne Conway, la consejera de prensa de Donald Trump, no ha hecho nada más que trasladar a la realidad cotidiana y periodística (por ejemplo, si la toma de posesión del magno presidente fue multitudinaria, como dijo el nuevo Gobierno, o un pinchazo en toda regla, como sostenía la mayor parte de la prensa) lo que antes funcionó en el Tea Party con ideas más cercanas a lo religioso. Pienso en la negación de la evolución humana y ese tipo de teorías que fecundan en esos ámbitos de difusión del pensamiento que Steve Bannon, el nuevo hombre fuerte de la Casa Blanca, conoce tan bien. Si hoy hablamos de posverdad es porque existe un campo abonado donde estas semillas agarran bien. Dicho más claro: existe un público predispuesto a abrazar estos mensajes.

La tierra sobre la que germinan estos planteamientos (y podríamos incluir ahí el negacionismo del Holocausto o el revisionismo de la Guerra Civil) es la misma: la tendencia humana a las ´cámaras de eco´; a leer, ver y escuchar lo que queremos leer, ver y escuchar. Esto es, la propensión a alimentarnos intelectualmente de aquello que refuerza las ideas en las que nos sentimos seguros y destierra todo lo que las cuestiona. ¡Que levante la mano quien esté libre de la tentación!

Decía que tenemos una explicación que se acerca a lo científico (no me atrevería a ir más allá) porque la revista Nature Human Behaviour acaba de publicar un artículo en el que un equipo de la reputada Universidad de Cornell, después de analizar millones de ventas de libros políticos y de ciencia por internet en EE UU, concluye que en cuestiones como medio ambiente, biología o ciencia política los lectores conservadores son más propensos a títulos que, digámoslo benévolamente, se sitúan en los márgenes del consenso científico y político. Por contra, los lectores progresistas se decantan por las tesis más extendidas y aceptadas, el pensamiento correcto, podríamos decir desnudando el adjetivo de connotaciones.

Y si sucede con los libros, ¿por qué no con los periódicos o la televisión? Si extendemos la analogía de la investigación, tendríamos por tanto a unos conservadores con mayor predisposición a asumir los citados ´hechos alternativos´ de Conway y a despreciar los contenidos de los medios tradicionales de referencia. Puede parecer simplista y patético, pero que encaja con una tendencia natural del ser humano lo podemos comprobar sin cruzar el Atlántico. Basta con recordar aquello de la ´contabilidad extracontable´ o ´los pagos en diferido´ como explicaciones de un partido que continúa siendo el que más convence a los españoles, al menos a la hora de votar. Son nuestras otras verdades, que también tienen su público.

El mapa que traza el estudio da que pensar: nos sitúa más cerca del fanatismo que de Sócrates, Platón y aquel sueño del ágora como espacio de debate y contraste de ideas. Si uno tuviera un día pesimista, diría que es el síntoma de agotamiento de la civilización occidental y se sentaría a ver Fox News... A ver qué bomba cuentan hoy que nos despiste de la realidad. Y si no, calma, la lanzará Trump.