Con la confirmación de que Susana Díaz tomará el AVE a Madrid, ya tenemos la terna. Riqueza de opciones frente a la monotonía de los adversarios, dirán los bienpensantes. Pero la primera impresión nos remite a aquel chiste de Eugenio en el que un distraído caminante campestre caía a un abismo y apenas conseguía asirse a una rama que surgía del terraplén sobre una sima mortal; en su apuro, escuchaba una voz divina que le sugería dejarse caer con la promesa de que, antes de estrellarse contra el suelo, sería rescatado en el aire y transportado a tierra firma por una legión de arcángeles de batientes alas; el protagonista del chiste, suspendido de la rama, tras reflexionar sobre la oferta, todavía mantenía aliento para preguntar al vacío: vale, pero ¿hay alguien más?

Esta sería la pregunta una vez completado el ticket de las primarias socialistas: ¿hay alguien más? Porque tanta pluralidad abruma, pero abruma por su inanidad. Pedro Sánchez es el extraño hombre cambiante, un digo Diego; Patxi López se nos aparece con las características del agua cristalina: incoloro, inodoro e insípido, y Susana Díaz es la síntesis del viejo tinglado de la palabrería y la gestualidad, con más mochila que sustancia.

Tiene Susana, eso sí, un don, el de representar la nostalgia de un pasado glorioso del PSOE que se empeñaron en dilapidar los mismos que lo impulsaron. Basta reparar en su acompañamiento escenográfico para constatar que los mundos de Felipe, Bono, Zapatero y Rubalcaba, hoy ya insoportables por separado, metidos en un mismo cesto pueden producir espanto. ¿Dónde va el PSOE con toda esa ferralla? Las puertas giratorias, la demagogia nacionalcristianoide, los talantes claudicantes y los faisanes de las sentinas. Todo lo que ya ha sido amortizado y que en cualquier club de petanca querrían conducir al olvido. Y esto por no añadir el Espíritu Santo de dos cabezas, el Chaves y el Griñan. Y ese espectro de sonriente y vengativa presencia que aparece constantemente tras la imagen de Susana allí donde está vaya, aquella inolvidable señora que un día se presentó en Ferraz, tras el ´golpe de estado´ contra Sánchez, al grito de «la que ahora manda aquí soy yo». Antes he escrito espanto, pero sobre él aún cabe el esperpento.

Esto es lo que hay. Y bajo estas propuestas de liderazgo, la confusión, que con ellas se acrecienta. Todas las soluciones son insatisfactorias, unas por exceso y otras por defecto, para un bloque social potencialmente muy amplio que aún sueña con un modelo de izquierda rigurosa que no reconoce en los aspavientos de quienes han superado a los socialistas por esa coordenada y que a la vez se siente frustrado por la tendencia a la conformidad, rayana en los principios de la derecha, que suele revelarse en la práctica del poder aunque se haya accedido a él con cualquier otro discurso. El problema de la indefinición y del consiguiente desencanto a que aquélla conduce no es un producto nacional de la socialdemocracia, pero esto no resulta un consuelo. Lo que parece claro es que los líderes que se prestan a abrir horizontes no parecen ver paisajes interesantes más allá de sus narices. La desesperación de las élites de la izquierda por la persistencia de la derecha en el poder frente a todas las lógicas manejables (corrupción, políticas contrarias a los intereses de su propia masa votante...) tal vez podría disiparse con una sencilla explicación: el silencio que se produce tras lanzar al aire la pregunta ¿hay alguien más?

Hay lo que hay. Y con esto es con lo que el PSOE tendrá que salir adelante. Habrá que desearle suerte, ya que no se me ocurre a qué otra cosa podría encomendarse.