Desordenado, vago, charlatán, lento, tímida, despistada, llorona, gritona, nerviosa€ ¿Os suenan estos adjetivos? Sí, ¿verdad? Es lo que les decimos a nuestros pequeños constantemente para dejarles nuestro sello y les carguemos su mochila con un poquito más de peso.

«¡Es por su bien, para que espabile!» es la típica respuesta que damos cuando etiquetamos a los más pequeños. Claro, si lo hacemos entre adultos, no pasa nada, «los críos apenas se enteran». Pues sí se enteran; y tanto que se dan cuenta. Y poco a poco eso que les decimos penetra en sus mentes como agua congelada que cae por la espalda; y encima, ni se molestan, ni se enrabietan ni tan siquiera se quejan, solamente almacenan. Y es tan repetitivo que se lo creen.

Creencias que mañana serán limitaciones inexorables para enfrentarse a su vida; sí, su vida. Ese peso que llevan les hace bajar la cabeza, sentirse inseguros, ineficaces, incapaces...

Dejemos que poco a poco vayan creyendo en ellos mismos. Pero para eso tenemos que mostrarles el camino. Éste se muestra con buenas palabras, seguidas, por supuesto, de nuestro propio ejemplo. El mensaje que lanzamos a nuestros hijos o alumnos debe ser nítido, claro, transparente y lleno de buenas intenciones.

Es evidente que me tengo que sentir bien para transmitir eso que quiero para él. ¿Qué es lo que le doy? Lo mejor de mí, para que saque lo mejor de él. Así es, que crea en sí mismo para ser capaz de crecer, para valorarse definitivamente desde muy temprana edad; no por convencimiento, sino por actos. Demostrémosles que son válidos, que son buenos, que se puede comprender, que se puede ser agradecido, tolerante, bondadoso, generoso€

Imaginad un niño con esas raíces. Se enfrentará a sus futuros pasos con valentía, con decisión, con seguridad; sin etiquetas, sin peso. Volará hacia donde quiera, y tú serás partícipe de ello. ¿Crees en ellos?